miércoles, 19 de marzo de 2025

López, Oresta. (2001). Alfabeto y enseñanzas domésticas: el arte de ser maestra rural en el Valle del Mezquital,México. Reseñado por
Dra. Sonsoles San Román Gago, Universidad autónoma de Madrid

 

López, Oresta. (2001). Alfabeto y enseñanzas domésticas: el arte de ser maestra rural en el Valle del Mezquital,México. Hidalgo, México: Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Consejo Estatal para la Cultura y las Artes del Estado de Hidalgo.

285 pps.

ISBN 968-496-401-3

Reseñado por
Dra. Sonsoles San Román Gago
Universidad autónoma de Madrid

30 de septiembre de 2001

Resumén
El libro de la doctora Oresta López es un desafío para rescatar de las tinieblas y sacar a la luz del escenario histórico a las maestras rurales del Valle del Mezquital (estudio que centra entre 1920 y 1940). A la luz del diálogo entre antropología e historia, la autora indaga en la construcción de sentidos que las mujeres daban a su condición de género en distintas épocas. La ausencia de estudios previos obliga a la autora a realizar un trabajo arduo y difícil, con el que inaugura un método nuevo: la etnografia histórica, del cual, como índica la profesora Luz Elena Galván, en su prólogo, es pionera en su país.

Abstract
This book by Dr, Oresta López challenges the reader to discuss and rescue from the shadows the historical scenario of rural teachers of the Mexican Valle del Mezquital during the period 1920 to 1940. In this study, Dr. Lopez, using the innovative approach of historical ethnography of which she is a pioneer in her country, establishes a dialogue between the disciplines of anthropology and history, to inquire into the construction of gendered meaning by rural women teachers.

Identidades ocultas de la maestra en México (1920-1940)

El libro de la doctora Oresta López es un desafío para rescatar de las tinieblas y sacar a la luz del escenario histórico a las maestras (primeras profesionales “semi-cualificadas”), castigadas por su condición femenina a permanecer relegadas en la oscura caverna de la historia invisible, a pisar espacios públicos con calzado casero. Obligadas a competir con caducas herramientas bajo el escudo aparente y limitado de su forro femenino, las maestras fueron enviadas por la lanza social que enarbola la mentalidad de un pueblo hacia la cuneta de las olvidadas. Y, desde el espacio de los marginados, sometidas al control de las autoridades locales, se vieron forzadas a inventar estrategias de supervivencia para conservar sus trabajos y conquistar espacios nuevos. Desde ese puesto de exclusión social y política reservado para ellas por el poder, dieron buenas muestras de su inteligencia para afrontar la pobreza, las malas condiciones de trabajo, las imposiciones de autoridades y familias, las violaciones, las agresiones, el control moral, e incluso los abusos por parte de los propios maestros (que delegaban en ellas los grupos que no querían impartir, generalmente los más difíciles y numerosos). Sin duda, las posiciones de subordinación y dependencia de estas profesoras terminaron por dibujar el límite de sus aspiraciones profesionales a base de todo tipo de privaciones, pues no sólo soportaron control y abuso sobre sus cuerpos, también se vieron forzadas a esconder sus embarazos y ocultar a sus hijos ante las miradas acusatorias de padres y autoridades que entendían que el estado de gestión en las cuidadoras suponía un mal ejemplo para la infancia (el concepto de maternidad encierra importantes contradicciones que, en caso de ser investigadas, bien pudieran hacer avanzar en los estudios de género en México). Más allá de los límites del ámbito rural estas profesoras fueron utilizadas como medio para conseguir los objetivos políticos en momentos decisivos de cambio social y político. Algunas de estas Grandes madres del pueblo, matriarcas de la aldea, idearon todo tipo de maniobras para ayudar a reactivar la economía de la región, y supieron defender, desde su papel de intermediarias entre el campesino y las autoridades, la vida de los indígenas.
A la luz del diálogo entre antropología e historia, la autora consigue rescatar del castigo de la indiferencia histórica la vida de las maestras rurales del Valle del Mezquital (estudio que centra entre 1920 y 1940). Alfabeto y enseñanzas domésticas: el arte de ser maestra en el Valle del Mezquital es un libro escrito con gran intuición y ambición intelectual. La profesora Oresta consigue levantar ese telón histórico henchido por el paso del tiempo, en cuyo escenario aparecen las maestras, encargadas de transformar las costumbres, vida y lenguaje de los indígenas otomíes del Valle del Mezquital entre 1920 y 1940; laboratorio de acciones federales en pueblos indígenas y región que concentró la tercera parte del magisterio en ejercicio (la mayoría maestra). Sin duda esta investigación no ha sido fácil para la autora, que da buena cuenta de la falta de sensibilidad hacia los estudios de género por parte de los investigadores que previamente habían abordado el periodo acotado por ella sin considerar en sus investigaciones que más allá del término neutro que envuelve la expresión maestros se enfrentaban a un colectivo feminizado. A esta ausencia en los estudios generales y regionales de historia de la educación se añaden otros obstáculos no menos importantes: la marginalidad de la mujer en fuentes y documentos oficiales y la falta de archivos organizados para encontrar algo sobre la vida de las maestras.
Esta laguna obliga a la autora a realizar un trabajo arduo y difícil, con el que inaugura un método nuevo: la etnografia histórica, del cual es pionera en su país, tal como enuncia en el prólogo del libro la doctora Luz Elena Galván. La profesora Oresta, que indaga en la construcción de los sentidos que las mujeres daban a su condición de género en distintas épocas, se interesa por conocer cómo se transforma la cultura bajo condiciones y espacios históricos particulares. A falta de fuentes y estudios previos se lanza a utilizar todo tipo de recursos en un intento valeroso por situar acertadamente las piezas de ese puzzle que dibuja la silueta de la mujer oculta tras los velos de su propia historia, enmascarada, diluida en el tamaño de lo insignificante, incluso a través de su propio discurso. La ausencia de diarios escritos por maestras es buena muestra de este sentimiento de insignificancia que ha terminado asumiendo a esa persona encargada de socializar a futuras y futuros ciudadanos. Sin embargo, estamos hablando de un trabajo que es crucial para comprender la magnitud de cuestiones políticas, sociales y económicas en un pueblo. Es de esperar que en un futuro la ausencia de este tipo de publicaciones se cubra, pues las maestras que se concentran en los primeros niveles del sistema educativo son las agentes sociales más decisivos para comprender los hábitos y valores de un pueblo.
La profesora Oresta, con un acertado enfoque foucoltiano, va destapando los mecanismos de control hasta acercarse al quehacer cotidiano de las maestras para mostrar los mecanismos de reprobación y desconfianza ante el trabajo realizado por este colectivo feminizado: magisterio. Así, con la ayuda de la literatura, la poesía, el cine, el teatro, la pintura, etc., consigue identificar los sentidos e imágenes que le permiten reconstruir las identidades ocultas detrás de la figura de la maestra. (El tema de las identidades sociales de las maestras, muy imbricado con la búsqueda de sentidos e imágenes es, en mi opinión, uno de los retos más importantes de este libro. La profesora Oresta López rescata con ello un campo de estudio muy interesante, que sin duda sabrá aprovechar en un futuro).
La autora, que avanza con cautela desde lo privado y doméstico hacia lo público en un esfuerzo por hacer justicia a los sacrificios de las educadoras de aldeas rurales, intenta comprender el trabajo de unas mujeres que, desposeídas de las armas de la cultura, ingresaron en el magisterio muchas veces con poca preparación, incluso sin título, para llegar a convertirse en personajes muy respetados dentro de la comunidad. La profesora Oresta va reconstruyendo las imágenes de la vida cotidiana de las maestras en un intento por descifrar los hábitos, valores y actitudes de unas mujeres que consiguieron transformar la dieta, los vestidos y los hábitos de higiene, convencer a los padres de la necesidad de vacunar a sus hijos, explicar a la mujer embarazada cómo cuidarse y la recién estrenada madre cómo criar a sus hijos, enseñar a coser a mujeres que en su vida habían visto unas tijeras, etc.
La autora se esfuerza también por desvelar las causas del actual proceso de feminización del magisterio (una página de la historia de México que se encuentra aún sin escribir), que se inició desde el Porfiriato al favorecer la alfabetización de la discencia y la docencia (fenómeno común en la mayoría de los países, pero que en México resulta alarmante tanto por el excesivo número de maestras concentradas en los primeros niveles del sistema educativo, que llega a alcanzar un 100% en casi todas las regiones, como por las arraigadas mentalidades que continúan excluyendo al maestro, y por ende incluyendo a la maestra, de un trabajo que se entiende compatible con la naturaleza de la mujer). Oresta López muestra con un enfoque histórico cómo y porqué las mujeres ingresaron en el magisterio, el tipo de estrategias que utilizaron para permanecer y continuar en sus puestos ante la mirada atenta de unos compañeros que no veían con buenos ojos el trabajo asalariado femenino y la crudeza de sus exiguos sueldos, inferiores a los de sus compañeros.
El libro muestra igualmente la línea divisoria entre tradición y modernidad a la luz de la distinción entre dos tipos de maestras: maestras antiguas, partidarias de los métodos memorísticos y el castigo en las escuelas, y maestras nuevas, comprometidas social y cívicamente, defensoras de la escuela nueva; tal dicotomía viene a demarcar un antes y un después en las prácticas metodológicas utilizadas dentro de las escuelas. Pero no hay que lanzar las campanas al vuelo, pues en cualquiera de los dos modelos la condición femenina continuó operando negativamente; las maestras eran de hecho rigurosamente controladas por autoridades y familias. Estas semi-profesionales, mujeres estériles, viudas o célibes por expreso deseo de las autoridades y familias, fueron despojadas del derecho a gozar de una vida privada (curiosa contradicción: son reclamadas por sus supuestas cualidades maternales para cuidar de la infancia, para ser privadas del derecho a ser madres biológicas -hasta la década de los 30 no se consiguió avanzar mucho en estos derechos. Es decir que el mismo resquicio de mentalidad que les cede el paso hacia este espacio público, compatibiliza su vida en familia con una profesión más que compatible, y por ello muy elegida por la mujer en la mayoría de países).
En Alfabeto y enseñanza domésticas, la profesora Oresta López muestra en qué medida se ha abusado de la condición femenina de estas semi-profesionales (término acertadamente acuñado por Lortie y Etzinoni). En efecto, sobre estas maestras cayó con toda su fuerza el peso de las limitaciones impuestas a su género y, aún cuando consiguieron ser respetadas por la comunidad al erigirse como representantes de la cultura legitima (que imponía a través de la escuela los moldes y conductas para homogeneizar a la población indígena, a quien se le llegó a privar del derecho a hablar su propia lengua), realizaron trabajos de subordinación acordes con las supuestas condiciones femeninas naturales por las que eran demandadas en el aula (maternales, afectivas, con capacidad de adaptación a la difícil vida en las aldeas rurales, entusiastas, emprendedoras, instintivas y sacrificadas). Lo cierto es que estas mujeres tuvieron que desempeñar múltiples labores sociales dentro de las aldeas rurales y, encargadas de conseguir hábitos de higiene y obtener conductas homogéneas, llegaron a ser el médico, el sacerdote, el veterinario, etc. Los deberes de estas madres suplentes y concienciadas (término acuñado por Caroline Steedman) rebasan con mucho las paredes de la escuela. Es precisamente aquí donde se perciben con absoluta claridad las contradicciones entre la condición femenina y la imagen profesional de la maestra: respetadas, y no en todos los casos, como profesionales, pero subordinadas siempre como mujeres.
Estas maestras mostraron su generosidad y, despojadas del derecho a tener una vida privada, ofrecieron las casas que ocupaban en las aldeas rurales, ubicadas en muchos casos en el propio edificio de la escuela que regentaban, para dar cobijo a los partidos políticos y a los campesinos. Allí enseñaban a bordar y a coser a las mujeres de la comunidad, alfabetizaban a los adultos y ayudaban en las campañas a favor de los comedores escolares y los festivales escolares al aire libre. Ellas, que al igual que el ama de casa ingresan en el magisterio sin cobrar por su trabajo, vía domesticidad, fueron reclutadas como heroínas, atraídas por los halagos lanzados por José Vasconcelos en su campaña para alfabetizar a ese 80% de analfabetos que heredo México de la dictadura de Díaz (la relación entre sacerdocio y espíritu de sacrificio en el ejercicio del magisterio ha estado presente en la historia de una profesión que dotó de prestigio, y no de salario, a unas mujeres que encontraron en este cobijo laboral un sello de distinción de clase, una forma de reivindicar su posición de clase media frente a otras mujeres que sin ningún tipo de formación se vieron obligadas a realizar trabajos en fábricas; a lo que Carlos Lerena denomina acertadamente paracaídas social, pues permite que las maestras aterricenen su clase social de procedencia, la clase media, con cierto prestigio social). Las puertas de la escuela se abren a la mujer para solventar un problema económico ante el abandono de un hombre que se dirige hacia parcelas mejor remuneradas y con mayor prestigio (otro curso habrían tenido las profesiones femeninas en caso de que Marx hubiera reconocido el trabajo doméstico como asalariado, pues no cabe la menor duda de que el desprestigio de esta profesión tiene mucho que ver con el altísimo número de mujeres que se concentran en un espacio laboral que aún se percibe como extensión a los roles domésticos asignados y asumidos por la mujer).
Sin duda, el lector interesado en el estudio de las maestras podrá descubrir en la lectura de este libro un apasionante intento por cubrir una laguna que inaugura una línea de investigación en un país que sólo muy recientemente, como indica la propia autora, ha comenzado a contemplar en su amplitud el paisaje histórico desde la ventana del género, lo que permitirá rescatar en un futuro buena parte de su apasionante historia.
La riqueza del libro escrito por Oresta López no se encuentra sólo en lo que muestra, sino en lo que sugiere. Hay muchas ventanas que quedan entreabiertas, esperando que ella misma o las investigadoras e investigadores que continúen sus trabajos terminen de abrirlas. Por otro lado, los múltiples campos acotados por la autora convierten el libro en atractivo no sólo para historiadores o antropólogos, también para sociólogos, políticos, psicólogos, cualquier persona interesada en asuntos educativos, o simplemente en conocer la historia oculta de un país apasionante por su diversidad cultural.
Permítanme una última reflexión personal: las jóvenes universitarias han mostrado con creces la falta de fundamento de esos prejuicios legados por la herencia histórica. Las alumnas obtienen de hecho altas calificaciones educativas, en muchos casos superiores a sus compañeros varones, que avalan su capacidad para competir con el hombre en el terreno laboral. Sin embargo, los prejuicios heredados del pasado continúan lanzando sobre ellas la fuerza del descrédito social, y así conforme avanza su nivel de formación, lo hace también el de desempleo; situación que les obliga a concentrarse en profesiones femeninas: educación, sanidad y servicios. Un túnel oscuro espera su llegada; el mercado laboral las recibirá en el espesor lúgubre de un desprestigio social que no merecen. Queda mucho por andar.

Acerca de la autora

Sonsoles San Román Gago
Profesora titular de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid.


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