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Hargreaves, Andy (2003). Enseñar en la sociedad del
conocimiento (La educación en la era de la inventiva).
Barcelona (España): Ediciones Octaedro
244 páginas
ISBN 84-8063-584-3
Reseñado por Antonio Bolívar
Universidad de Granada
13 de septiembre de 2003
Andy Hargreaves, profesor durante muchos años en el
Centro Internacional para el Cambio Educativo en el Instituto de
Educación de Ontario y ahora en el Boston College, es una de
las mentes más lúcidas en el panorama educativo. Lejos
de tararear una letra de discursos ya oídos y lugares
comunes, está abierto -de modo provocativo- a las
sensibilidades y condiciones de nuestra actual condición
social. Hargreaves ha trabajado, principalmente, en
postmodernidad y cambio educacional, las culturas de la
enseñanza, geografías emocionales del cambio
educacional, efectos de las reformas educativas en la
educación secundaria y su profesorado, relaciones entre
desarrollo profesional y mejora de aprendizajes de los alumnos.
En este libro se centra en los retos y desafíos que plantea
la sociedad del conocimiento plantea a la educación y a los
docentes, dado que -como señala en el prefacio-
“vivimos en un momento definitorio de la historia educativa
en el que el mundo en el que enseñan los docentes está
experimentando profundas transformaciones”.
Por eso es un acierto que Juana María Sancho y Fernando
Hernández, directores de la colección “Repensar
la educación” de la Editorial Octaedro, hayan decidido
editar esta nueva obra que se viene a añadir a ya publicadas
por el autor en la misma colección (Una educación
para el cambio, Aprender a cambiar). Se publica,
además, al mismo tiempo que la edición inglesa
(Teaching in the knowledge society. Education in the age of
insecurity. Nueva York: Teachers College Press, y Buckingham:
Open University Press), lo que supone el reconocimiento de la
importancia del español para la difusión de la cultura.
En la edición española, sin embargo, han preferido
cambiar en positivo el subtítulo por “era de la
inventiva”, seguramente porque los efectos del 11 de
septiembre no han tenido el mismo impacto en el ámbito
hispano.
No estamos en una “sociedad del conocimiento” ni,
por ello mismo, en una sociedad del aprendizaje. Sin embargo, el
autor emplea el término por la extensión y uso que ha
adquirido como comprehensivo de otros (fundamentalismo del
mercado o neoliberalismo, globalización, nuevas
tecnologías, multiculturalismo). En efecto, no basta el
suministro masivo de información para tener una sociedad del
conocimiento, si no contamos con ciudadanos con espíritu
crítico, capaces de procesar y jerarquizar las informaciones
circulantes. La información no es por sí misma
conocimiento, si no es asimilada, entendida y utilizada por
personas que cuentan con un capital cultural de partida para
poderlo hacer. Si bien no podemos permanecer al margen de esta
sociedad, es más debemos preparar a las jóvenes
generaciones para un participación activa, los peligros que
encierra son graves y la escuela sola no puede contrarrestarlos.
Todo ello exige un nuevo tipo de profesionalismo, que no puede
ser la autonomía profesional e individualismo, tendiendo a
comunidades profesionales de aprendizaje y redes virtuales y
presenciales.
Los docentes de encuentran atrapados en el triángulo
infernal de ser, al tiempo, catalizadores de la sociedad
del conocimiento, víctimas de esa misma sociedad y
deben ser contrapuntos para contrarestar los peligros que
comporta en la formación de la ciudadanía. Como
catalizadores “deben intentar hacer de sus escuelas
organizaciones de aprendizaje en las que las capacidades para
aprender, así como las estructuras que sustentan el
aprendizaje y que responde de manera constructiva al cambio,
estén extendidas tanto entre los adultos como entre los
niños” (págs. 41-42). Enseñar en una
sociedad del conocimiento supone cultivar nuevas capacidades
como, entre otras, desarrollar un aprendizaje cognitivo profundo,
la creatividad e investigación, trabajar en redes y equipos,
promover el aprendizaje profesional continuo de los profesores,
la resolución de problemas, el compromiso por la mejora
continua de las organizaciones.
La sociedad del conocimiento, como analiza en el capítulo
2, tiene también graves costes: neoliberalismo y
exclusión social, sentimiento de inseguridad, erosión
de las instituciones públicas en beneficio del interés
privado, incremento de fundamentalismos étnicos y
religiosos. El futuro se nos aparece como incierto ante la
oposición, que describía Benjamin Barber, entre un
“McMundo” de globalización homogeneizadora y,
frente al “Jihad” de balcanización
particuladizadora, de identidades exarcebadas. Las identidades
locales y culturales se ven potenciadas, como ha visto Manuel
Castells, ante la uniformidad globalizadora. De cómo se
resuelva el dilema entre la homogeneización cultural y el
rebrote identitario va a depender, en gran medida, la tarea
educativa y la propia convivencia. En este contexto, enseñar
más allá de la economía del conocimiento implica
educar para una ciudadanía cosmopolita, al tiempo que
desarrollar comunidades de aprendizaje profesional entre el
profesorado. Por eso no basta un papel de catalizador, más
activamente se precisa actuar de contrapunto para, en su lugar,
contribuir a construir la ciudadanía democrática.
Hargreaves dedica, en colaboración con otros autores
(Michael Barber, Martha Foote, Shawun Moore, Dean Fink y Corrie
Giles), los capítulos 3, 4 y 5 a describir casos (Nueva
York, Ontario) que muestran cómo los imperativos de las
reformas actuales no preparan ni para la sociedad del
conocimiento ni para la vida en común. En particular, hace
una dura crítica de la reforma basada en
estándares en la medida en que ha degenerado en una
estandarización que premia a los mejores y degrada o
culpabiliza a los centros situados en zonas marginales: “es
irrelevante para las escuelas que obtienen mejores resultados, a
la vez que aumenta la exclusión de aquellos centros y
estudiantes que obtienen peores resultados, que encuentran los
estándares desesperadamente fuera de su alcance”
(pág. 100). No obstante, cabe también excepciones, como
muestra en el cap. 5 el caso de una escuela secundaria de Ontario
que ha conseguido construirse a sí misma como
organización de aprendizaje y comunidad profesional
(colaboración, investigación y preocupación por el
aprendizaje). Pero la política de estándares presiona y
amenaza también los esfuerzos de este tipo de escuelas.
Ir más allá de la estandarización (cap. 6)
conduce a crear comunidades de aprendizaje profesional, pues
“si las escuelas deben convertirse en comunidades de
conocimiento reales para todos los estudiantes, entonces la
enseñanza debe convertirse en una verdadera
profesión de aprendizaje para todos los
docentes” (pág.183). En lugar del individualismo
“corrosivo” a que ha llevado la política
competitiva intercentros por alcanzar estándares de
rendimiento o conseguir clientes es preciso crear comunidad
profesionales de docentes que trabajan conjuntamente, lo que
exige unas condiciones organizativas y laborales que refuercen el
criterio propio de los docentes y las oportunidades para aprender
unos de otros. En su lugar, dice Hargreaves, en algunas
políticas está floreciendo la estrategia que llama
“secta de formación” para el rendimiento:
enseñar a los docentes determinadas estrategias
metodológicas que se creen efectivas para que las apliquen y
consigan los resultados demandados. Si bien estos programas
formativos han conseguido éxito a corto plazo (por ejemplo,
en lectoescritura y matemáticas), no aseguran una mejora de
la educación en sentido amplio.
Por eso mismo, la mejora no puede segregarse del desarrollo
profesional. Perseguir la mejora escolar tiene que hacerse
potenciando el desarrollo personal y profesional del profesorado.
Si bien este desarrollo debe ser adecuado al grado de desarrollo
de cada docente y, sobre todo, al centro educativo en que
trabaja, esto no puede llevar a un desarrollo diferencial. De
este modo somete a análisis y crítica la propuesta de
David Hopkins de que hubiera tipos de asesoramiento y apoyo
diferenciados (concretamente tres) según el grado de
desarrollo del centro (centros fracasados, centro medianamente
efectivos y buenas escuelas). Esta secuencia jerárquica, y
lleva razón, si bien es bienintencionada, a la larga
llevaría a potenciar las buenas escuelas y a ver cómo
pueden salir de su fracaso las malas. Además como toda
secuencia de desarrollo tiene problemas de determinación,
pues los criterios de éxito y fracaso siempre serán
discutibles. Ante esta situación se pregunta:
“)cómo es posible evitar los problemas de la
estandarización y reconocer que las escuelas son diferentes
en cuanto a su desarrollo, sin atrapar a las escuelas y los
docentes de las comunidades más pobres dentro de sectas de
formación para el rendimiento de prescripciones y
dependencia?”. Propone dos estrategias complementarias para
el crecimiento escolar y docente: una complementariedad vertical,
para escuelas en proceso de fracaso, donde se apoye a los equipos
directivos en varios frentes; y una complementariedad horizontal
que, al tiempo que capacita con habilidades básicas,
potencia el desarrollo profesional en comunidad.
En fin, como catalizadores es inevitable enseñar para la
sociedad del conocimiento, pero también educativamente, para
no ser víctimas, es imprescindible ir más allá de
ella. En este contexto actual de acelerados cambios, señala,
“toda una nueva generación está empezando a
enseñar y dará forma a la profesión durante las
próximas tres décadas. No nos podemos permitir que
esté desprovista de una visión más amplia, ni que
los formadores de los docentes y los representantes de los
gobiernos conspiren en la creación de este vacío.
Comprometernos con la sociedad del conocimiento y sus
consecuencias humanas exige que hagamos de nuevo de la docencia
una misión social y una profesión creativa y
apasionada” (pág. 226).
Sobre el autor del libro
Andy Hargreaves en la actualidad es titular de la
Cátedra Thomas More Brennan en la Lynch School of Education
del Boston College, anteriormente trabajó en Instituto para
Estudios en Educación de Ontario en la Universidad de
Toronto (Canadá). Es, además de un pensador
lúcido, un prolífico autor. Entre sus obras en
español, cabe destacar: Profesorado, cultura y
postmodernidad Cambian los tiempos, cambian los profesores
(Madrid: Morata, 1996); (con M. Fullan) La escuela que
queremos. Los objetivos por los que vale la pena luchar
(Buenos Aires y México: Amorrortu/Secretaría de
Educación Pública de México, 1999); (con L. Earl y
J. Ryan) Una educación para el cambio. Reinventar la
educación de los adolescentes (Barcelona: Octaedro,
l998); “Hacia una geografía social de la
formación docente”, en J.F. Angulo, J. Barquín y
A.I. Pérez Gómez (eds.): Desarrollo profesional del
docente: Política, investigación y práctica.
Madrid: Akal, 1999, pp. 119-145; así como numerosos
artículos en revistas hispanas.
Sobre el autor de la reseña
Antonio Bolívar
Catedrático de Didáctica y Organización Escolar
en la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad
de Granada. Sus intereses profesionales son: educación moral
de la ciudadanía, asesoramiento curricular y formación
del profesorado, innovación y desarrollo del
currículum, desarrollo organizativo e investigación
biográfico-narrativa. Es autor de una veintena de libros y
más de un centenar de artículos. Entre ellos cabe
destacar: Cómo mejorar los centros educativos
(Madrid: Síntesis, 1999), Los centros educativos como
organizaciones que aprenden (Madrid: La Muralla, 2000), (con
J. M. Escudero y otros), Diseño, desarrollo e
innovación del currículum (Madrid: Síntesis,
1999), (con J. Domingo y M. Fernández) La
investigación biográfico-narrativa en
educación (Madrid: La Muralla, 2001), y (con J.L.
Rodríguez Diéguez) Reformas y retórica. La
reforma educativa de la LOGSE (Archidona-Málaga: Aljibe,
2002). En la actualidad tiene en prensa como coordinador (con
J.L. Rodríguez Diéguez y F. Salvador Mata)
Diccionario Enciclopedia de Didáctica
(Archidona-Málaga: Aljibe, 2 vols.).
Reseñas Educativas/ Resenhas Educativas
publica reseñas de libros sobre educación, cubriendo
tanto trabajos académicos como practicas educativas.
Todas las informaciones son evaluadas por los editores:
Editor para Español y Portugués
Gustavo E. Fischman
Arizona State University
Editor General (inglés)
Gene V Glass
Arizona State University
Reseñas Educativas es firmante de la Budapest Open Access Initiative.
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