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Muñoz García, Humberto (coord.) (2002).
Universidad: política y cambio institucional.
México, CESU-UNAM/Porrúa.
259 Págs.
ISBN 970-701-242-0
Reseñado por Eduardo Ibarra Colado
Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa
20 de julio de 2004
I
“Universidad” y “Política” son
conceptos desprestigiados que buscan su reivindicación. A
ellos hay que añadir el concepto de
“Pública” para completar la tríada de la
desacreditación. En tiempos recientes se ha reforzado en el
imaginario social la idea de la universidad como espacio
ineficiente, costoso y altamente politizado. A ello ayuda la
presencia creciente de la educación superior privada que, no
obstante su expansión acelerada y la dudosa calidad de la
mayoría de las instituciones que la integran, tal y como lo
demuestran Roberto Rodríguez y Javier Mendoza, goza de las
preferencias siempre inducidas de los consumidores que otorgan
valor a lo que se compra bajo la creencia ingenua de que lo que
vale cuesta y de que mientras más caro mejor. Este
escenario, en el que se intenta reducir a la educación
pública a un papel secundario en las estrategias de
desarrollo aplicadas por el gobierno federal (Domínguez 89),
pareciera encontrar su única oportunidad de
reivindicación en el “cambio institucional”. El
mensaje es claro: si la universidad pública desea un lugar
en el nuevo contexto geoeconómico no tiene más
opción que transformarse para estar en condiciones de
atender eficientemente las nuevas tareas que el proyecto global
le tiene asignadas. Sin embargo, ¿de qué proyecto
estamos hablando?, ¿qué finalidades y funciones se le
quieren asignar a la universidad?, ¿a qué modelo de
desarrollo y de país estaría la universidad
contribuyendo a edificar?, ¿de qué tipo de cambio
estamos hablando?, y finalmente, ¿bajo qué supuestos se
debe impulsar la reforma de la universidad?
Estas preguntas y el restablecimiento del carácter
esencialmente político de la universidad y sus procesos de
transformación, hacen del libro coordinado por Humberto
Muñoz, una obra de lectura urgente e indispensable. El libro
es importante no sólo por su propio contenido, sino porque
muestra un punto de inflexión en los estudios sobre la
universidad, que ya percibíamos hace un lustro y que hoy
parece alcanzar su realización. Me refiero a la presencia
creciente de investigaciones que se proponen analizar a la
universidad desde sus procesos más específicos de
constitución y cambio, aunque sin perder de vista el
contexto más general del que forma parte y con el que se
tensiona constantemente. Aquí adquieren relevancia nuevos
insumos teóricos que, como la teoría de la
organización, algo tienen que decir –aunque no sabemos
bien a bien qué tanto– sobre la operación y
cambio de las instituciones.
El libro es diverso y puede ser ordenado a partir de distintos
ejes problemáticos, entre los que me gustaría destacar
el eje teórico en donde podríamos ubicar las
contribuciones de Muñoz, Canales y Díaz Barriga; el de
la política, concretada en los procesos de cambio, con los
textos de Casanova, Muñoz, Domínguez y Díaz
Barriga; el de las políticas desplegado por Mendoza y
Rodríguez, y el de los académicos con la segunda
colaboración de Muñoz.
II
El libro abre un amplio espacio para la formulación y el
debate teóricos, al introducir y debatir algunas de las
teorías más consolidadas sobre el cambio institucional.
En el prólogo, Humberto Muñoz abre una serie de
interrogantes que deberán ser paulatinamente despejadas:
¿qué significa el cambio institucional?; ¿qué
y cómo estudiar el cambio en las universidades?;
¿cómo se establecen los nexos específicos entre la
transformación institucional de las universidades y el
cambio social que impulsa un determinado modelo de desarrollo
nacional?; ¿qué influencia tienen las política
públicas sobre el cambio de las universidades?;
¿cómo se procesan o traducen tales políticas en el
seno de las comunidades de cada institución particular?;
¿en qué medida y de qué manera influyen los
valores en el cambio institucional? ,y yo añadiría,
¿de qué manera influye el cambio institucional en los
valores y la conformación de las identidades? El libro no
pretende responder a todas estas preguntas; empresa que
requerirá de mayores tiempos y esfuerzos de maduración
alentados por el debate teórico y la indagación
empírica. Sin embargo, se presenta como primer esfuerzo
sistemático para abordar la cuestión, abriendo así
nuevos problemas y rutas de indagación.
Por una parte, la obra posibilita la discusión de algunos
conceptos clave para analizarlas transformaciones recientes de la
universidad. Algunos de ellos son: cambio institucional, reforma,
tensiones, organización, estructura y política
pública. Su formulación -apenas iniciada en esta obra-
permitirá enriquecer ciertas conceptualizaciones de base que
orienten las aproximaciones empíricas. Por ejemplo, las
políticas públicas son generalmente definidas como
iniciativas gubernamentales mediante las cuales el Estado ejerce
su función reguladora y usa los recursos públicos
buscando, con ello, modificar el comportamiento de los ciudadanos
y encauzarlos en cierta dirección (Canales). Esta
formulación inicial nos conduce, al apreciar la relevancia
otorgada a la política a lo largo de la obra, a ampliar su
sentido teórico para estar en condiciones de recuperar la
política de las políticas. Esta tensión
dialógica entre la política y las políticas, que
recorre el libro de principio a fin, nos condujo, al finalizar la
lectura, a reconocer la necesidad de revestir de política
a las políticas, sosteniendo que ellas son, más que
diseño de expertos, el resultado de relaciones entre fuerzas
en un cierto tiempo y espacio. En mi opinión, ellas
sintetizan un cierto diagrama de fuerzas (no me queda clara esta
idea), proyectando así sus condiciones de posibilidad. Pero
se encuentra también el reverso de la moneda, esto es, la
necesidad de reconocer la constitución de la
política con el ropaje de las políticas, toda vez
que la primera adquiere cada vez más la forma de las
segundas, logrando con ello despolitizar el conflicto y
naturalizar los actos de fuerza al proyectarlos como decisiones
racionales legitimadas por su aparente neutralidad
administrativa. En suma, la lectura del libro abre la posibilidad
de replantear el análisis de las políticas
públicas a partir del reconocimiento del contexto
político que las produce y que opera en su
implantación. Y como esta apertura se presentan muchas
otras.
Permítanme extenderme un poco más en esta
dirección recuperando otros conceptos que exigen su
reconceptualización y que resultan clave para analizar el
cambio institucional. Me refiero a conceptos tales como el de
“organización” o el de “estructura”,
ambos recuperados generalmente de las versiones estructuralistas
de la teoría de la organización que desatienden la
naturaleza política de la realidad organizacional y la
administración. El libro vive en algún sentido de esta
paradoja, pues reclama la preeminencia de la política pero,
al menos por momento, se rinde al poderío de la
(¿)naturalidad organizacional (¿). Refirámonos
nuevamente a un sólo ejemplo.
Al recuperar el concepto de organización, u otros
asociados como el de estructuras o administración, se
proyecta una visión reificada que pareciera otorgarles
existencia propia, ubicándolas como objeto del cambio,
(¿)las políticas o las reforma(¿), pero sin
reconocer la presencia de los sujetos que las producen. Ello
produce un efecto no deseado en la interpretación, que
termina por ocultar lo que deseaba analizar, es decir, el
carácter esencialmente político de las políticas y
el cambio institucional. Las organizaciones no son entidades con
vida propia que han existido siempre, sino espacios en los que se
imponen o negocian las reglas del juego a las que se
someterán todos los “participantes”. De lo que
se trata, como bien lo reconocen Muñoz y Domínguez en
sus contribuciones, es de negociar normas que posibiliten la
estructuración de las acciones de los sujetos, lo que se
expresa en la confrontación permanente y contingente de
valores y proyectos. Ello nos conduce a apreciar a las
estructuras como el conjunto de reglas institucionalizadas
producidas desde ciertas relaciones de fuerzas, por lo que el
cambio institucional, más que tarea de diseño
técnico o instrumental, se constituye esencialmente en
problema de la política.
Es necesario apreciar igualmente que el concepto de
organización, como el de política pública, no es
de ninguna manera un concepto ingenuo; se trata de un
término con su propia historia, que surge en determinado
momento, para cumplir ciertas funciones. El concepto de
organización fue convenientemente introducido hace
poco más de sesenta años para nombrar realidades
contrastantes y diversas, permitiendo con ello hacer iguales o
equivalentes a realidades distintas. Se trata de un término
vacío que tomó el lugar de conceptos menos afortunados
como los de “corporación” y
“burocracia”, eliminando con ello diferencias
sustantivas que fueron desplazadas por la atención casi
exclusiva de las estructuras y su funcionamiento técnico. De
esta manera, la finalidad última de las
“organizaciones” —sin importar si se trata de
grandes corporaciones, agencias del gobierno, hospitales,
prisiones o universidades— quedó reducida a su
funcionamiento eficiente, sin importar los valores que orientan y
dan sentido sustantivo a sus objetivos específicos.
Estas aperturas conceptuales que se producen desde las
tensiones que los autores mantienen con sus propias
formulaciones, y que en algunos casos alcanzan incluso a
expresarse en nuevos esquemas analíticos que será
necesario atender y discutir con todo detalle, otorgan ya en
sí mismas un gran valor a la obra, al aliviar un poco la
gran deuda que seguimos manteniendo con la formulación
teórica.
III
Otro eje articulador de la obra se encuentra en la
discusión de los fines y funciones de la universidad en el
contexto del proyecto de nación que se ha impulsado desde
las esferas del gobierno y la economía a lo largo de las dos
últimas décadas, pero también desde el proyecto de
nación que desean construir otras fuerzas sociales que
reivindican el valor estratégico de la universidad en el
desarrollo nacional. Este problema medular, muy bien planteado
por Casanova y Domínguez, ubica en el centro del
análisis las relaciones entre Estado y la universidad,
entendidas en buena medida como la lucha de proyectos que
conducen a la determinación de funcionalidades muy
distintas. De un lado, desde la tesitura que plantean los cambios
hasta ahora constatados, la universidad estaría en proceso
de constituirse en una “organización” –y
subrayo el término por lo ya dicho– para la
atención de las demandas del mercado, adquiriendo el orden y
la funcionalidad que le imponen los dispositivos de
regulación que gobiernan el intercambio y el éxito
económicos. Por otro lado, en claro contraste y atendiendo
al papel estratégico que ha jugado la universidad a lo largo
del siglo XX en México, ella se mantendría como
institución pública al servicio de la sociedad,
contribuyendo al desarrollo económico y social del
país, pero desplegando también un conjunto de valores
que han ido delineando la identidad cultural que nos constituye
como nación. Se trata de la confrontación del proyecto
de una nueva universidad como corporación burocrática
al servicio del mercado, frente a la reivindicación del
papel que ha jugado históricamente la universidad en
México como referente cultural básico de la
sociedad.
El cambio de la universidad se ubica en medio de esta
confrontación, aunque no se enfatiza suficientemente que el
paso de la universidad para la sociedad a la
universidad para el mercado, implicaría en realidad
la desaparición de la universidad, es decir, la
conformación de una institución radicalmente distinta
que poco tendría que ver con la universidad a la que
pretende sustituir. De concretarse el proyecto, no habrá
más universidad, tan sólo fábricas de diplomas y
conocimientos a disposición del mejor postor.
Esta modificación de los fines y funciones de la
universidad se ha dado en el contexto de la transformación
de las relaciones del Estado y la universidad, que ha conducido a
la refuncionalización económica de la última, en
provecho del modelo de acumulación impulsado por el primero.
Como dice Casanova, “Las relaciones entre la universidad
contemporánea y el Estado están cada vez más
regidas por mecanismos sustentados en criterios de racionalidad
técnica” (p.30). Sin embargo, debemos observar que
esta racionalidad técnica, como ya lo comentamos, se ha
constituido en nuestros tiempos hipermodernos en la forma
privilegiada de la política. Para decirlo en otros
términos, la política, para vencer obstáculos y
resistencias, se hace cada vez menos visible mediante el ropaje
neutral, técnico y experto de las políticas. En esto
radica parte de la naturaleza profunda del cambio que
experimentan y en el que se debaten la universidad y la sociedad
de hoy.
Un ejemplo de esta traducción o, siguiendo a Kafka, de
esta metamorfosis, es el paso de la autonomía sustantiva a
la autonomía regulada o supervisada que hoy prevalece ya en
casi todas las instituciones universitarias. La legitimidad de
las decisiones pasa así, en la actualidad, por la dictadura
del dato y sus figuras, induciendo a la desmovilización y
desarticulación de la resistencia con la razón de los
números. Qué mejor manera de hacer política que
proyectando que no se la hace, y asumiendo que todo acto de
gobierno es resultado escrupuloso del cálculo racional. Esta
discusión, como lo dejan ver distintos capítulos del
texto, comporta gran relevancia y debe mantener nuestra
atención en el futuro.
Por otra parte, el cambio de la universidad no debe ser
apreciado como un hecho singular o aislado, ni como un
fenómeno que obedece a su propia lógica. Como bien se
señala en el texto, este cambio se ubica en un contexto
social problemático en donde todo ha cambiado. Se trata de
ubicar el cambio de la universidad como parte de las
transformaciones múltiples de lo económico,
político, social y cultural que marcan un cambio de
época de gran envergadura, dominado por nuevas reglas de
acumulación y modos de racionalidad.
El modo de racionalidad, como ya indicamos, puede quedar
sintetizado en el accountability tan de moda y su
cuentofrénica carrera burocrática. El cambio de la
universidad forma parte de procesos más amplios y
comprensivos que la arrastran y marcan incoherentemente. De un
lado se busca su funcionalidad económica; pero del otro
aparece siempre, de manera creciente, su necesario carácter
social y público para estar en condiciones de solventar los
problemas de la pobreza extrema o la desnutrición, por
señalar algunos, como saldos que el mercado ha logrado
producir en su loca carrera de acumulación salvaje.
Este gran contexto analítico dibujado a lo largo de la
obra, nos permite ubicar con mayor claridad tres ideas centrales
de gran importancia. En primer lugar, Humberto Muñoz muestra
cómo las formas que ha asumido el poder y la política
en la universidad han conducido al debilitamiento institucional,
planteando, en consecuencia, la necesidad de una reforma.
Ejemplifica este proceso a partir de la consideración del
manejo que se le ha dado al conocimiento como factor
estratégico de poder institucional, de los factores y
tensiones que llevan a la pérdida de autoridad del gobierno
universitario, y de las relaciones con actores externos que crean
inestabilidad institucional. Sobre esa base, examina las
perspectivas de cambio considerando los ejes básicos de la
reforma, sintetizados en la necesidad de impulsar cambios en las
formas de gobierno de la universidad, en su organización
administrativa y en los espacios del ejercicio
académico.
Como segunda idea central, Raúl Domínguez analiza la
raíz del conflicto universitario reconociendo su
articulación con la relación permanentemente
problemática entre autonomía y financiamiento, que ha
posibilitado el control en última instancia de la
universidad, y que la enfrenta hoy a su desplazamiento como
institución estratégica para el desarrollo del
país. Ello le permite delinear el sentido de la reforma de
la universidad a partir del reconocimiento del papel central que
tiene la investigación en la actualidad.
Finalmente, Ángel Díaz Barriga analiza el futuro de
la universidad a partir de la consideración de algunas de
las tensiones que acompañan, dificultan y desvían los
procesos de cambio. Considera las tensiones entre tradición
y modernización, destacando la desviación implicada por
un proceso impulsado desde fuera y desde arriba que ubica como
ajenos a los propios actores de la universidad. En segundo lugar,
reconoce la tensión entre gobierno académico y
gestión eficiente. En este nivel se señala que las
universidades deben tener una gestión eficiente y que deben
regirse por diversos principios del management. Sin
embargo, resulta necesario problematizar esta tensión a
partir del reconocimiento de que no existe una teoría
unitaria del management ni una sola mejor manera para
alcanzar la eficiencia. Nos preguntamos si no es posible idear
formas de gestión y organización que eviten la
tensión existente entre la administración empresarial y
una institución que fue catalogada como anarquía
organizada o estructura flojamente acoplada debido precisamente a
su naturaleza específica como institución que, a
diferencia de las empresas económicas, trabaja y produce
intangibles difíciles de medir y valorar en términos
económicos. Se reconoce, finalmente, una tercera
tensión, esta vez entre una visión enciclopédica
del conocimiento y la necesidad de utilizar el conocimiento en la
resolución de problemas.
En suma, estos tres capítulos nos proporcionan elementos
para discutir con detalle las condiciones, términos y
posibilidades de los procesos de cambio o reforma que confronta
la universidad. Habrá que discutirlos con cuidado para
apreciar su viabilidad y la posible articulación de conjunto
que suponen.
IV
El libro se desplaza de la política hacia las
políticas. Los capítulos de Javier Mendoza y Roberto
Rodríguez juegan un papel muy importante en la obra, pues
proporcionan al lector un recuento detallado de las
transformaciones recientes del sistema de educación superior
en México durante la última década, además de
analizar con detalle las políticas operadas, valorando sus
aciertos y limitaciones. El esfuerzo desplegado permite así
reconocer las acciones de gobierno y ponderar sus impactos
específicos, clarificando en mucho el peso que ha tenido la
acción gubernamental en la conformación y cambio del
sistema de educación superior, marcando con mayor claridad
los límites entre lo posible y lo deseable. Como los
muestran estos dos capítulos, cada cual a su manera, la
evaluación se ha constituido como eje articulador de las
políticas, articulándose a nuevas formas de
financiamiento y renumeración académica, que han
trastocado sin duda las relaciones de la universidad con el
Estado y de los académicos con la universidad. Con la
modernización de la universidad las cosas se empezaron a
hacer de otra manera, modificando sistemas y procedimientos que
adoptan modalidades de racionalidad técnica, dando forma a
sistemas abstractos de regulación de los que parece
imposible sustraerse. En esencia, lo que cambió con el
conjunto de políticas y acciones gubernamentales a lo largo
de los noventa, fueron las prácticas que daban identidad a
las instituciones y los sujetos, propiciando, como hemos
insistido, una modificación sustancial en sus modos de
existencia.
Este profundo proceso de ruptura o cambio radical se encuentra
claramente ejemplificado con los procesos de evaluación
asociados al financiamiento para inducir el cambio institucional,
tal como se apunta en diversos capítulos del libro, o
también en el proceso de profesionalización
académica que se desprendió de las políticas de
deshomologación salarial y formación y
actualización del profesorado. En este último caso, que
es abordado en el capítulo final del libro, Humberto
Muñoz se pregunta sobre las orientaciones y respuestas
políticas de los académicos, o dicho de manera más
amplia, su sentir político en lo que respecta a los asuntos
institucionales en los que los académicos se ven
involucrados.
Esta primera aproximación se propone entender, así
sea de manera inicial, por qué los académicos no
alcanzan como grupo, a formular y desarrollar una estrategia
política acorde con sus intereses. A estas alturas de mi
lectura, y sabiéndome cerca del final del libro, la
reflexión de Muñoz me condujo a un torbellino de ideas
e inquietudes sobre un tema que nos ha preocupado y hemos
atendido desde el momento mismo en el que empezaron a operar las
becas y estímulos a finales de los ochenta.
Humberto Muñoz se hace una pregunta que ya se han hecho
otros investigadores: ¿quiénes son los académicos
mexicanos? Sin embargo, la novedad de su aporte se encuentra en
el tipo de aproximación que asume, pues, más que
preguntarse por los rasgos de la diversidad, tal como han sido
estudiados en el pasado, (Nota 1) se propone responder a tal pregunta a partir de la
reconstrucción compleja de las identidades académicas.
Sobre esta base, intenta responder otra pregunta muy relevante en
estos tiempos de transformación de la universidad: ¿por
qué los académicos mexicanos no responden
políticamente al cambio ni se involucran en él? Para
plantearlo en nuestros propios términos, ¿cómo
explicar la ausencia del sujeto académico en la última
década? O, más aún, ¿es posible hablar de la
desaparición del sujeto académico del pasado, digamos
del académico contestatario de los setentas y ochentas, a
favor de la constitución del individuo solitario y
apático emprendedor de la academia?
El texto de Ángel Díaz Barriga esboza ya parte de la
respuesta a algunas de estas cuestiones, al mostrar que los
académicos han sido pocas veces considerados como
interlocutores válidos del poder gubernamental al momento de
diseñar las políticas, por lo que no existe
identificación, sentido de pertenencia ni involucramiento
subjetivo.
Pero otra parte de la respuesta se encuentra, como bien lo
señala Muñoz, en la propia política de
deshomologación que desestructuró el tejido social del
sujeto académico, aniquilándolo políticamente al
modificar la naturaleza de su trabajo y al despojarlo del control
desde el que se determinan su contenido y organización. Los
académicos tienden a desaparecer como grupo para volcarse
cada vez más al cumplimiento de sus intereses individuales,
produciendo a un individuo obediente y disciplinado, que no
pierde el tiempo en la grilla ni en reflexiones de fondo -esas
que se producen en reuniones interminables tipo asamblea sindical
o de tribus de izquierda-, que no ve la necesidad de organizarse
pues se vale a sí mismo y se sabe capaz de cuidar de sí
mismo, que no actúa fuera de los ámbitos de su
competencia que le han sido definidos por los instrumentos
de la deshomologación. En fin, un individuo que se asimila a
la autoridad de la institución porque le paga, a la que no
critica (al menos en voz alta) porque le ha ido bien y porque,
finalmente, la universidad ha dejado de ser su referente
identitario fundamental, para constituirse tan sólo en medio
para el logro de sus fines dentro de su disciplina y sus
mercados. En ello no se encuentra ya la curiosidad por el
conocimiento ni la búsqueda de la verdad, tan sólo la
curiosidad por el cliente y la búsqueda de las respuestas
por las que éste le paga. Tales respuestas, con el tiempo,
adquieren su forma estandarizada, permitiendo al nuevo
académico dedicarse a la recreación de un modelo
básico, que admite infinidad de variaciones según las
necesidades del cliente en turno. Por ello, en esencia, siempre
produce lo mismo repitiéndose perpetuamente aunque cambiando
de envoltura. Se trata de la confección, o digamos mejor, de
la fabricación de una nueva identidad tejida con los hilos
del individualismo competitivo, pragmático, oportunista,
apolítico y amoral.
En suma, la universidad parece haber dejado de ser ese campo
de batalla de antaño para constituirse en un espacio limpio
y ordenado del que fueron removidos los espacios de
participación política para edificar en su lugar las
cadenas de montaje de los productos académicos, esos cuya
manufactura no deja tiempo para la lectura, la reflexión y
la crítica, esos que hacen del producto un valor de cambio
que ha sido despojado de su sustancia, porque el libro sirve
más para hacer puntos que para ser leído, reflexionado
o criticado.
Los académicos que se resisten y que no encuentran ya los
espacios de organización colectiva de otros tiempos dentro
de la universidad, se verán obligados a emigrar para
incorporarse a los nuevos campos de batalla de nuestra democracia
incipiente e inacabada, esos de los partidos, el congreso y los
medios. Este pareciera ser el fin de la universidad política
o politizada, y con ella de la subjetividad académica como
fuerza representada por una identidad que parece desmantelada; en
su lugar aparece hoy la casa del saber con sus eficientes
estructuras y procedimientos de gestión de las credenciales
y el conocimiento. En el sueño más profundo de esta
nueva maquinaria de control fabril, el nuevo académico
deberá ser un profesional comprometido
–acríticamente– en la ejecución de las
reformas y la defensa de la nueva gobernabilidad ejecutiva o
gerencial de las instituciones.
Pero la historia nos dice que las cosas nunca suceden como se
planean. En realidad, la desestructuración del tejido social
de los académicos mexicanos verá, más pronto o
más tarde, tiempos de reconstitución del sujeto
académico bajo nuevas formas, restituyendo su condición
de agente social que representa una fuerza en el tablero de la
universidad. Este aspecto muestra nuevamente la relevancia del
esfuerzo emprendido por Muñoz, pues el adormilamiento del
presente se verá sacudido por orientaciones y respuestas de
distinto tipo, que marcarán la reconstitución del
sujeto académico como renovado actor de la política. De
hecho, la aparición de la obra que hoy comentamos, y que se
centra en la discusión de la política en la universidad
en tiempos de reforma, es un buen indicio de que la somnolencia
provocada por los estímulos está pasando.
Notas
1. Gil y otros, en
Los rasgos de la diversidad (Mexico, UAM-Azcapotzalco
1994), proponen, en esencia, un acercamiento empírico que
ponga a prueba la idoneidad analítica de considerar (1) los
tipos de vinculación con la actividad académica, (2) el
impacto de los diferentes campos del conocimiento en las fases de
la vida académica y (3) la manera en que este oficio se ve
modulado por la cuestión del género.
2. Una version
previa de esta reseña fue publicada en Perfiles Educativos,
2002, vol. XXIV, pp. 97-98.
Acerca del autor del libro
Humberto Muñoz García Investigador Titular
"C", T. C., Definitivo Doctorado en Sociología, Universidad
de Texas, Austin. Ph. D. in Sociology, University of Texas,
Austin. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel III
Líneas de investigación: Política universitaria y
políticas académicas; gobierno universitario y
gestión institucional; organización académica;
trabajo académico.
Publicaciones Recientes: MUÑOZ GARCÍA, H., "La
educación superior: algunos comentarios a la propuesta de la
ANUIES", Revista de la Educación Superior, vol.
XXIX(1), ANUIES, México, enero-marzo de 2000;
"Educación y población a la entrada del nuevo milenio",
Revista de la Universidad Nacional Autónoma de
México, núm. 590, México, marzo de 2000.;
La investigación humanística y social en la UNAM.
Organización, cambios y políticas académicas,
Coordinación de Humanidades, UNAM/Miguel Ángel
Porrúa Editores, mayo de 2000; "Educación superior en
México. Cambios recientes y perspectivas hacia fin de
siglo", Pensamiento Universitario 90, CESU-UNAM,
septiembre, 2000; Fortalecer a la investigación
humanística en la UNAM, CRIM (en prensa)
Acerca del autor de la reseña
Eduardo Ibarra Colado es profesor Titular “C” del
Área de Estudios Organizacionales de la Universidad
Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Es doctor en
Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Actualmente es coordinador del Seminario Permanente de
Estudios sobre la Educación Superior del Centro de
Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de
la UNAM. Su trabajo de investigación se ha orientado a lo
largo de las dos últimas décadas al estudio de las
organizaciones y el análisis de la universidad. Ha publicado
diversos libros, ediciones y artículos tanto en México
como en el ámbito internacional. Entre sus obras más
relevantes se encuentran La universidad ante el espejo de la
excelencia: en juegos organizacionales (1993,
1998), Re-conociendo a la universidad, sus
transformaciones y su porvenir (2000), La universidad en
México hoy: gubernamentalidad y modernización
(2001) y Geografía política de las universidades
públicas mexicanas (2004). Recientemente fue reconocido
por la UAM con el Premio a la Investigación 2003 en
el área de Ciencia Sociales y Humanidades. Es miembro
regular de la Academia Mexicana de Ciencias y pertenece al
Sistema Nacional de Investigadores desde 1985 contando
actualmente con el nombramiento de Investigador Nacional nivel
II.
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