sábado, 26 de abril de 2025

Leite Garcia, Regina (Org.) (2003). Método: pesquisa com o cotidiano. Reseñado por Mª Isabel Jociles Rubio

Reseñas Educativas/Education Review

 

Leite Garcia, Regina (Org.) (2003). Método: pesquisa com o cotidiano. Brasil: DP&A editora.

264 pp.
ISBN 85-7490-238-1

Reseñado por Mª Isabel Jociles Rubio
Universidad Complutense de Madrid

9 de diciembre de 2004

Se trata de un libro colectivo cuyos textos son fruto de dos seminarios internos del denominado GRUPALFA (Grupo de Pesquisa de Alfabetizaçao dos alunos e alunas das classes populares), en los que también participaron otros autores, parte de los cuales son miembros de otros grupos, como el de Nilda Alves y el de Reinaldo Fleuri, que –tal como asegura Garcia, organizadora de los seminarios y coordinadora de GRUPALFA- tienen “afinidades electivas” (p.9) entre sí. El primer aspecto (su origen en seminarios) se aprecia, p.e., en el contenido de los artículos, puesto que mientras unos textos se centran principalmente en presentar resultados de investigaciones/intervenciones realizadas en contextos educativos y/o hacen hincapié en el ideario teórico-epistemológico de los participantes, otros parecen ser fruto de la labor como “relatores” (/comentadores de los trabajos presentados) realizada por algunos de ellos en dichos seminarios. El segundo aspecto, esto es, el de las “afinidades electivas”, hace inteligible que los diversos artículos incluidos en la obra compartan aspectos como la yuxtaposición y/o la unión de términos dicotómicos (enseñanzaprendizaje, individualcolectivo, espaciotiempo..); el uso de un mismo lenguaje, muy caro al posmodernismo, dentro del cual son omnipresentes términos como “problematizar”, “dislocar”, “complejidad”, “no-linealidad”, “caos”, “indeterminación”, “híbrido”, “rizomático”, “nómada”, “no visible”, “itinerancias”, “entrelugares”, “flujo”, “autoorganización” o “auto-eco-organización”, etc.; o el hecho de que no se explicite el significado que, en el campo de las ciencias sociales y humanas, pudieran vehicular términos como los anteriores, en particular los extraídos de la física cuántica o de la teoría de sistemas, dentro de las cuales adquieren sentidos muy precisos difícilmente exportables a otros campos a no ser que también se exporten, en unos casos, el andamiaje matemático en que se expresan y, en general, los marcos teóricos en que se insertan. Posiblemente, este tipo de explicitaciones, necesarias para un lector que no forma parte de los grupos de Regina Leite Garcia o de Nilda Alves, son redundantes en un contexto de diálogo entre “afines”, entre quienes comparten o consideran compartir esos significados; más en este caso, puesto que de atender –p.e.- a las estrategias de citación bibliográfica utilizadas en la obra, cabría concluir que nos encontramos ante unos grupos bastante cohesionados.

En el primer capítulo (“Tentando compreender a complexidade do cotidiano”) es donde Regina Leite Garcia presenta los dos seminarios en los que el libro se gesta y, sobre todo, introduce ya el lenguaje y el ideario compartidos por los participates. Se trata de un ideario que, en principio, puede resultar atractivo a cualquier lector que no comulgue con los panteamientos positivistas en investigación social y que, al mismo tiempo, se resista a generar teorías que no contribuyan a una transformación /mejora de la sociedad. Así, Leite nos habla de una “epistemología de la complejidad” que, ante todo, propugna una combinación de teoría y práctica; una combinación concebida como tan indisolube que pasa a llamarla “prácticateoríapráctica” (sin guiones de separación), y dentro de la cual la teoría sólo tendría sentido si muestra su validez a través de su capacidad para contribuir a “la lucha por una sociedad más democrática, más solidaria, más justa” (p.10). Otras cuestiones que aborda (empleando siempre el “nosotros”, es decir, hablando en nombre de los participantes en el seminario) son las del método y la relación sujeto-objeto de la investigación. En cuanto a la primera, se plantea si el método es un “a priori” o, por el contrario, se va constituyendo a lo largo del proceso de investigación, decantándose –al modo de los metodológos/investigadores cualitativos- por esto último, puesto que (tomando la expresión de Ginzburg) aboga por un “rigor flexible”, entendido como un seguimiento de “pistas” que a veces se abandonan a favor de otras más provisorias, y que permitiría al investigador “sumergirse en la complejidad de lo cotidiano”(p.15). En lo que respecta a la relación sujeto-objeto de la investigación, estimo que es una cuestión que resuelve de forma demasiado rápida. Huyendo -según dice- de una perspectiva de “construcción del objeto”, asegura que la diferencia entre ésta y la perspectiva que ellos (los participantes en los seminarios) mantienen estriba en que “(e)l objeto está allá para ser investigado y nosotros lo reconocemos como sujeto”, añadiendo acto seguido que la investigación se produce en diálogo con los sujetos: “sujeto, no objeto”, de modo que tanto el investigador como el investigado son ambos sujetos “que, en el proceso de investigación, se ponen a investigar su propia práctica” (p.13). Hay que resaltar, en primer lugar, que resulta sorprendente encontrar, en el interior de discurso tan fuertemente antipositivista, una aseveración como la de que “el objeto está allá para ser investigado” y, en segundo lugar, que planteamientos como el anterior se mueven dentro de una cierta confusión conceptual. En cuanto a lo primero, una aseveración como la mencionada sugiere que el objeto de estudio es enfocado como algo ya dado, como algo que basta perseguir para ser atrapado; interpretación que viene abonada por la frecuencia con que los componentes de GRUPALFA y “afines”, empleando una expresión de De Certeau, hablan de las operaciones de caza para referirse a lo que otros (entre ellos, los que trabajan dentro de la perspectiva de “construcción del objeto”) denominarían operaciones de producción/construcción de datos. Por lo que atañe a lo segundo, en la perspectiva de “construcción del objeto”, a éste –efectivamente- no se le reconoce como sujeto, pero es que tampoco se le podría reconocer como tal: el concepto de objeto de estudio no se refiere a las personas, individuos, grupos o colectividades con las que se investiga, sino a los fenómenos investigados (en este caso, socioeducativos –el fracaso escolar, v.g.-) en tanto en cuanto son interpelados desde una perspectiva teórica determinada, de forma que el objeto de estudio se constituye a partir de las preguntas, las herramientas metodológicas y los procedimientos de los que se va proveyendo el investigador, entre los cuales están, sin duda, las relaciones/diálogos que entabla con los sujetos investigados. Por otra parte, no queda claro (tanto en este capítulo de Garcia, como en los que le siguen, donde otros autores vuelven al tema) en qué consiste exactamente “reconocer (algo o a alguien) como sujeto”, ya sea durante el proceso de investigación/intervención ya sea en el proceso de escritura. Desde mi punto de vista, ésta es una cuestión lo suficientemente compleja como para no poder quedar solventada con la sola afirmación de que la investigación se desarrolla “en diálogo con los sujetos”. Finalmente, la autora rechaza “el lenguaje científico duro”, argumentado que el lenguaje hegemónico en la Academia es machista, mientras que la literatura y la poesía, y aun las artes en general, permiten -entre otras cosas- una “escritura más agradable a la lectura” y, sin duda, se acomodan mejor a la “fuerte preocupación estética” (p. 13) que –según expresa- tienen los participantes en los seminarios a la hora de escribir sus textos.

Los tres siguientes capítulos se centran en resultados de investigaciones y/o intervenciones educativas concretas llevadas a cabo por sus respectivas autoras (Carmen Sanches Sampaio, Maria Tereza Goudard Tavares y Christiane Reis Dias Villela Assano), a los que siguen otros dos (los de Aldo Victorio Filho y Marisol Barenco de Mello) que se orientan, ante todo, a comentar los anteriores. Así, el de Carmen Sanches Sampaio, titulado “Compreender o compreender das crianças em seus processos alfabetizadores”, se ocupa de dos situaciones acontecidas en el periodo 2000-2001 cuando estudiaba a un grupo de alumnos de la clase de alfabetización de un centro escolar público donde ella había trabajado primero como docente, después abandona para dedicarse a la universidad y al que posteriormente vuelve en calidad de investigadora. Interesada –según dice- en todo este tiempo por “comprender..los modos en que los niños, sujetos aprendices, viven y comprenden el complejo aprendizaje de la lectura y la escritura”, se decanta por presentar las dos situaciones mencionadas por cuanto, en su opinión, posibilitan cuestionar maneras ya conocidas de investigar, en la medida en que revelarían “el proceso de construcción de una mirada investigadora que permite ver por detrás de las apariencias inmediatas” (p. 18). La primera de esas situaciones (que intitula “Folhinha secreta! O que é isso?”) versa sobre las hipótesis que va elaborando en torno a las prácticas pedagógicas y, sobre todo, evaluativas que desarrolla una profesora, Penha. En una reunión bimestral, tanto las profesoras del centro como la misma investigadora estuvieron discutiendo sobre la necesidad de romper con una concepción de evaluación que se limita a valorar los resultados inmediatamente observables en ejercicios, tests o pruebas, decidiendo colectivamente acabar con la prueba única con la que evaluaban a los alumnos de un mismo nivel. El hecho de que Penha defendiera la abolición de esta prueba llevó a la investigadora a pensar que había roto con una práctica evaluadora “clasificatoria y selectiva”. Es más, Carmen Sanches sostiene que basándose en lo que denomina “lo visible” (lo que le decía la profesora, lo que ésta defendía en contextos de discusión y lo que ella misma observaba directamente en el aula), fue llegando a conclusiones que confirmaban su hipótesis inicial: que Penha trabajaba con el concepto vigostkyano de zona de desarrollo próximo, entendida ésta como el espacio que queda entre el nivel de desarrollo real (determinado a través de la solución autónoma de problemas por parte de los alumnos) y el nivel de desarrollo potencial (determinado a través de la solución de problemas con la ayuda de un adulto o de compañeros más capaces). Ahora bien, en conversaciones con los alumnos, éstos le mencionan la “folhinha secreta” (literalmente: hojita secreta), que definen como una actividad que cada uno tiene que realizar sólo, sin colaboración. La investigadora nunca pudo observar la realización de una “folhinha secreta” y la profesora que –según se sospecha- no la menciona en sus conversaciones informales, parece restarle importancia durante una entrevista (p. 22), al afirmar que no conlleva calificación y que constituye un “artificio” que ideó para que los alumnos hicieran una cosa diferente. Carmen Sanches, sin embargo, no se conforma con este estado de “lo visible”, y procede a reformular su hipótesis: la profesora, en realidad, mantiene en el aula una alternancia entre el desarrollo potencial de los niños y el desarrollo consolidado. ¿Cómo encajar, entonces, esta hipótesis con aquellas “apariencias”?. Pues, con nuevas hipótesis/conjeturas que las contrarresten: si no presenció la realización de la actividad fue porque la profesora, probablemente, no quiso revelársela presuponiendo que la investigadora no la aprobaría, del mismo modo que podría haberle dicho únicamente aquello que a la investigadora le gustaría oír. El caso es que no llegamos a saber en qué se basan una y otras hipótesis/conjeturas, ni por qué hay que primar, como apoyo de las mismas, lo “no visible” (¿lo no constatado?, ¿lo que los sujetos investigados ocultan al investigador?) sobre “lo visible” (¿lo constatado?), ni si el hecho, por ejemplo, de que no llegara a presenciar la realización de la “folhinha secreta” se debió a que la profesora se lo ocultara, a que la investigadora no llegara a estar suficiente tiempo en el aula para tener la oportunidad de observarla, o a que realmente no se llevara a cabo, aunque esto último fuera tan sólo como consecuencia de que la investigadora hubiera conseguido convencer a Penha de que tenía que romper definitivamente con su concepción/práctica previa de evaluación, es decir, como consecuencia de la eficacia en la transformación de la realidad que, en esta ocasión, habría tenido el tipo de combinación “prácticateoríapráctica” defendido por GRUPALFA. Esta última posibilidad no es contemplada por Carmen Sanches, tal vez porque termina dudando de sus principios teóricos de partida, es decir, vislumbrando que esas prácticas a través de las cuales se revelan los conocimientos construidos, esas “folhinhas secretas”, no sólo gustan a los niños, sino que cabe que sirvan para algo más que para clasificarlos, controlarlos y seleccionarlos. Reconoce, eso sí, que las profesoras con las que trabajó experimentaron rupturas y retrocesos (p.24) durante el tiempo que duraron las discusiones sobre la práctica evaluativa, pero no especifica cuáles sufrió Pehna, así como tampoco relaciona esos “cambios y continuidades” con las hipótesis que menciona en el texto.

El segundo caso que expone es el de Rafael, un niño que –tal como concluirá la autora- escribía “en curva” (“A escrita do Rafael –em curva!”), una hipótesis que le sirve para alegar en contra de la idea según la cual los niños aprenden a leer y a escribir al mismo ritmo, en contra de una imagen simplificadora sobre el aprender “defendida por la escuela” que lleva a que el alumno que no responde a esa expectativa acabe “siendo evaluado como estando en una situación irregular, que se ‘desvió’ del camino principal” (p. 26). Partiendo de la afirmación de que las profesoras (entre las que se incluye) también vinculan el tiempo del aprendizaje con el tiempo “homogeneizador” de la escuela, por lo que no saben qué hacer con los niños que no aprenden en ese tiempo, abocándolos así al fracaso escolar, se pregunta sobre cómo se podría actuar de manera distinta. ¿Y cómo hacerlo?: aprendiendo “a ver más allá de las apariencias inmediatas, que son muchas veces ofuscantes y engañosas, y tomar ese fracaso por el reverso, desarrollando una mirada que traduzca una comprensión más atenta a los diferentes modos de aprender de los niños y, principalmente, observando más de cerca a los que son considerados, por la escuela/profesora, como aquéllos que, en la fase inicial de la escritura, ‘no acompañan’ al grupo” (p. 27). Y éste es el camino que va a seguir la autora con Rafael, cuya forma idiosincrásica de escribir le había llevado a ella misma, en un primer momento de su investigación, a considerar que éste no “copiaba de la pizarra lo sugerido por sus profesoras” (p. 28). Preconceptos como éste, basados en una determinada idea de lo que es la escritura, empieza a cuestionárselos gracias a la ayuda que le presta uno de sus profesores de doctorado, elaborando a partir de entonces nuevas interpretaciones: los trazos gráficos no convencionales (no lineales), de Rafael no constituyen un no saber, un retraso, sino “una escritura en curva”, que puede deberse o bien a que el niño realiza, al escribir, un movimiento cercano al lenguaje que más conoce, el del dibujo, o bien a que está “reviviendo una forma arcaica de escritura circular, inclusive propia de algunas tribus africanas” (p. 30). La primera interpretación puede apoyarla tanto en datos que ya conocía sobre el niño (que él y su hermano dibujan muchas veces juntos, que le gusta dibujar..) como en el análisis de sus creaciones escritas/pictóricas en la escuela; creaciones que describe y presenta con detalle, lo que –en mi opinión- es un mérito del texto de Sanches, pues permite apreciar cómo va contrastando la teoría emergente con el material empírico, y que –además- analiza tanto en su vertiente de obras acabadas como, en el caso de algunas de ellas, en su mismo proceso de creación. La segunda, en cambio, se basa en una sola evidencia (¿no es ésta “inmediata”?): que el niño es negro, por lo que sus antepasados (¿quizá del siglo XVI o XVII?) provienen de África (¿tal vez de alguna de esas “tribus africanas” que tienen/tenían “una forma arcaica de escritura circular”?, ¿averiguó la investigadora a qué “tribu” pertenecían los antepasados de Rafael?), y en el presupuesto, tomado de la teoría psicogenética de Emilia Ferreiro y de Alexander Luria, de que “la evolución de la historia de la escritura en la humanidad está presente en el desarrollo de la escritura de los niños” (p. 30). Dicha interpretación y los fundamentos que la sostienen se prestan, al menos, a dos tipos de críticas. En primer lugar, supone identificar a los pueblos africanos con “estadios primitivos” o “arcaicos” de la humanidad, enfocarlos como si sus culturas, de las cuales forma parte la escritura, no hubieran experimentado cambios desde los albores de la historia humana. Ello ha sido, sin duda, ampliamente cuestionado en las ciencias sociales/humanas, pero lo que quiero destacar es que revela una concepción no ya sólo “lineal”, sino unilineal (en la acepción que este término recibe en Antropologia Social), de la evolución cultural de las diferentes sociedades, con el corolario añadido de que la autora, al mantener tal interpretación, está rescatando a Rafael (y a niños como él) de la etiqueta de “retraso escolar” a costa de aplicarle tácitamente la de “retraso cultural” a las sociedades de las que provienen sus antepasados. En segundo lugar, dicha interpretación apunta al uso de un concepto de cultura no sólo estático, sino esencialista, que arrastra tras de sí, incluso, implicaciones biologicistas o cuasi-biologicistas. Me explico. En las páginas 30-31, Sanches asegura lo siguiente: “Si Rafael [..] fuera africano y formara parte de determinadas tribus, escribiría en curva y no linealmente, como es esperado que escriba./ Rafael es un niño negro. ¿No podría, en ese proceso, estar sumergiéndose en su propia cultura de origen –la africana?”. Afirmaciones/interrogantes como éstos sugieren al lector, a su vez, preguntas como las siguientes: ¿sus padres, abuelos, familiares, amigos, etc. escriben también en curva y, por tanto, él ha sido socializado en esa clase de escritura?, ¿o, por el contrario, en su entorno familiar se escribe linealmente o simplemente no se escribe?. Y, en este último supuesto, ¿cómo puede Rafael escribir “en curva” debido a su cultura de origen?: ¿lleva esa información/destreza en los genes o tal vez en alguna especie de estructura inconsciente colectiva, en la que pudiera sumergirse?. Además: ¿por qué la cultura de origen de Rafael es la africana y no, por ejemplo, la afrobrasileña, si es que tenemos que poner a la cultura nombres de lugares geográficos?, ¿los afrobrasileños han mantenido, en el caso de que procedieran de algunas de esas “tribus africanas”, el modo de escribir que tenían sus antepasados en África?.. En suma, la cuestión está –entre otras cosas- en qué se entiende por cultura de origen o, simplemente, por cultura y qué relaciones teóricas se establecen entre ésta y las prácticas de los sujetos; una cuestión que, si no se maneja adecuadamente, puede llevar a que -de manera implícita- se esté tratando la cultura como si fuera “naturaleza”, a atribuirle a aquélla las propiedades que, al menos en el siglo XIX y principios del XX, se le atribuían a ésta.

En contra de lo que mis comentarios críticos pudieran sugerir, considero que el texto de Carmen Sanches es uno de los incluidos en el libro reseñado que más puede aportar a un lector que está interesado en cuestiones metodológicas y epistemológicas de la investigación social, que por esta razón se anima a leer una obra que lleva por título “Método: pesquisa com o cotidiano”, que piensa que el método –efectivamente- no es un a priori, sino aquel que se va desarrollando durante el proceso de investigación y que, por otro, está convencido de que, dado lo anterior, la reflexión sobre el método no tiene sentido si no se refiere a las operaciones teórico-metodológicas concretas que tienen lugar durante el proceso de investigación. Y Sanches tiene el acierto de ir describiendo el “flujo” dialéctico (y, por supuesto, no lineal) de preguntas, operaciones teórico-metodológicas, respuestas provisionales y actos de vigilancia epistemológica que va llevando a cabo para desentrañar problemas específicos. De este modo, se puede conocer las estrategias metodológicas que ha ido desarrollando y, además, en su devenir; algo que no permite, en cambio, el siguiente capítulo del libro, titulado “Uma escola: texto e contexto” y debido a la pluma de Maria Tereza Goudard Tavares. Esta autora nos presenta unas reflexiones epistemológicas y teórico-metodológicas que se ubican sobre todo en el plano de los deseos y/o de lo que es exigible: de lo que quería, pretendía y consideraba necesario hacer en su estudio sobre la arquitectura y los espacios de una escuela de Sao Gonçalo. Así, en la primera parte del texto, asegura que, en el momento de la entrada al campo, buscaba asumir una actitud de “vigilancia permanente” que pudiera retroalimentarse con la observación participante (u operaciones de caza), y que entiende no como “control”, sino como “apertura a la investigación” sustentada por un “rigor flexible”. Esperaba también envolver a las profesoras del centro en un proceso de “extrañamiento sobre la realidad no documentada de la escuela, del barrio, de la ciudad” (pp. 44). Deseaba construir una “escucha sensible” de los movimientos de la escuela, “conectándose con sus protagonistas en otras dimensiones que no fueran solamente las racionales”. Deseaba también, entre otras cosas, percibir la escuela más allá “de lo evidente, de lo aparente”, hacer “una lectura compleja” de la misma; lectura que, para ella, es fruto de un largo proceso de preparación, de una convivencia íntima, profunda, “con nuestro objeto-sujeto de investigación” (pp. 45-46). Y nos dice, asimismo, que la “vigilancia permanente” le exigía “una problematización constante de sus concepciones de producción del conocimiento sobre las operaciones de caza demandadas por el objeto-sujeto de investigación”. Quería “ver y ser vista, oír y ser oída, comprender y ser comprendida”, puesto que el “desafío de la investigación cómplice era nutrido por la posibilidad de modificación de la investigadora y por la perspectiva de enriquecimiento recíproco” (p. 47). Sin duda, son deseos que compartiría cualquier etnógrafo/ investigador comprometido. Ahora bien, ¿durante la investigación de la escuela de Sao Gonçalo, pasaron a ser algo más que puro deseo?: ¿cómo y con respecto a qué puso en acto “la vigilancia permanente”?; ¿en qué acciones concretas se plasmó el “rigor flexible” en que quería sustentar dicha vigilancia?; ¿cómo intentó involucrar a las profesoras, si es que lo hizo, en el “extrañamiento” del que habla?, ¿tuvo éxito en el intento?; ¿qué concepciones suyas sobre la producción del conocimiento “problematizó”?; ¿cómo enriqueció a las profesoras y cómo éstas la enriquecieron a ella?, etc, etc. Son preguntas a las que el texto de Maria Tereza Goudard Tavares no permite responder, por lo cual no se puede saber, por ejemplo, de qué forma el proceso de investigación llevado a cabo ha podido incidir en la representación que luego nos ofrecerá sobre los espacios y la arquitectura de la escuela, o qué transformaciones se produjeron mútuamente investigadora e investigadas. Y si es así, ¿de qué sirve hablar acerca de todo ello?. De hecho, esta manera de presentar las reflexiones teóricas, metodológicas y epistemológicas (que se repetirá en otros capítulos del libro), esto es, desligadas de las operaciones concretas que tienen lugar durante los procesos de investigación y/o intervención propios o ajenos, abona la sospecha de que aquellas no se alimentan (o no se alimentan también) de un dialógo con esos procesos. Evidentemente, lo anterior únicamente es una impresión que se deriva de una determinada forma de escribir; sin embargo, la escritura -desde mi perspectiva- no sólo tiene que tratar de restituir “su complejidad” a los fenómenos que se investigan (tal como GRUPALFA defiende que hay que hacer), sino asimismo a los procesos de investigación/ intervención, más en una obra donde -según se desprende del título- se va a tratar sobre el método.

Sin ocuparse más de esas cuestiones planteadas en el terreno de lo deseable/exigible, la autora pasa a presentar el problema de la escasez de espacios que sufre la escuela que investiga, sobre todo a partir del momento en que la Secretaría Municipal de Educación le impone un aumento del número de alumnos y de turnos. Decide estudiar la arquitectura y los espacios escolares, entendiendo éstos como “construcción cultural que expresa, más allá de su materialidad, determinados discursos” y, tal como mantienen Viñao Frago y Escolano, como “elemento(s) culturale(s) y pedagógico(s) del curriculum escolar” (p. 49). Basándose en estas ideas, emprende luego –de la mano de Lima, Ribeiro y Foucault- una lectura de esos discursos: la precariedad de la arquitectura de las escuelas es el precio pagado por las clases populares por el acceso al conocimiento sistematizado; la conquista de este acceso supone la desaparición de la preocupación por la belleza, por la estética de los espacios escolares, la desaparición de las bibliotecas, de los auditorios, de los laboratorios, de las áreas de recreo.., esto es, de todo lo que caracterizaba a “los templos del saber”, propios de los tiempos en que la escuela estaba orientada exclusivamente a la educación de las élites. De ese modo, el espacio escolar es “feo, pobre, cortado por el mismo patrón, precario, mínimo, opresivo..”, respondiendo cada vez más a las funciones de “depósito, guarda y control” de los niños. Un poco más adelante, Maria Tereza Goudard Tavares describe brevemente los espacios de la escuela que estudia (la escuela Nicanor), y lo hace identificando los usos de que son objeto así como algunas de sus características, para pasar a centrarse en uno de ellos: el “corredor”, una especie de pasillo que atraviesa toda la escuela y permite la comunicación entre los demás. El “corredor”, por ser un espacio multifuncional (en él se desarrolla el recreo, tienen lugar algunas reuniones de la escuela o, v.g., a veces son recibidos los padres por parte de la orientadora) y “por los diversos flujos de comunicación que en él acontecen, parece un lugar estratégico e incluso especial” (p. 53). La autora lo va a categorizar –siguiendo a Magnani- como “pedaço”, como un espacio propio de los “colegas”, puesto que –siendo intermediario entre la casa y la calle- en él no se precisa “ninguna interpretación: todos saben quiénes son, de dónde vienen, qué les gusta y qué se puede o no se puede hacer” (p. 54), y considera que en dicho lugar, particularmente, los alumnos desarrollan un tipo especial de sociabilidad y de apropiación del espacio escolar, que se revela en modos de uso y de prácticas corporales y espaciales. De hecho, añade, es el espacio más intensamente vivido y donde menos vigor tienen las normas escolares. Las páginas que dedica al análisis de los espacios de la escuela Nicanor y, sobre todo, del “corredor” son, en mi opinión, las más interesantes del texto de Maria Tereza Goudard Tavares. Para sostener su idea de que el espacio escolar es también educativo y, por tanto, tiene impactos objetivos y subjetivos sobre sus usuarios, hubiera sido más adecuado (y, desde luego, más convincente) destacar los impactos que tiene sobre los alumnos y/o profesores de la escuela sobre la que ha girado el análisis, en lugar de acudir para ello exclusivamente a un cita de Agustin Escolano, pero –con todo- en esas páginas propone categorías y conceptos para analizar el “corredor” que le posibilitan poner de manifiesto aspectos relevantes del mismo, unos aspectos cercanos a los que exhiben los espacios liminares de los que habla, p.e., Victor Turner, pero que seguramente presentan rasgos distintivos por ubicarse precisamente en la escuela.

Por su parte, Christiane Reis Dias Villela Assano, en el tercer capítulo (“Caçadores de sons”), habla de la escuela –al modo en que, v.g., Stephen Tyler lo hace con respecto a Occidente- como de un ente adormecedor de sentidos como el gusto y el olfato, en favor del sentido de la vista. En reacción a ello, se embarca junto a otros (entre ellos, alumnos del Centro de Educaçao Tecnológica e Professionalizante de Barreto) en la creación de una “Oficina de Música” que tiene como propósito facilitar la escucha minuciosa de “las sonoridades que componen el mundo”, lo que llama una “escucha nómada” que pueda “fluir, dislocarse, crear, componer, en fin, pasear por el espacio sonoro sin trayectos fijos” (p. 64). Según asegura, iniciaron la “investigación sonora” (p. 64) con sus propios cuerpos, con pelotas de baloncesto, escaleras... y con objetos que, en principio, no sirven para nada en la escuela: sillas desechadas, maderas viejas, vidrios, etc.; esto es, “a partir de la escucha atenta y de la caza de fuentes sonoras en las basuras de la escuela, de sus casas o de las calles” (p. 66), los alumnos elaboraron lo que algunos educadores musicales denominan “cotidiófonos”, cosas cotidianas que producen sonido. Así, a partir de materiales aparentemente no musicales, hacían música. Organizaron una exposición en la escuela para mostrar los instrumentos, creando también algunos ostinatos que más tarde fueron escritos, sin emplear la escritura musical convencional, para facilitar que otros alumnos pudieran conocer las posibilidades de los “cotidiófonos”. Christiane Reis Dias Villela Assano también nos detalla los instrumentos concretos que elaboraron algunos de los alumnos así como las formas que utilizaron para escribir los ostinatos. La experiencia que nos relata es, sin duda, bella (incluso lo es el estilo literario y el poema que se inserta en el texto), y no hay por qué dudar de que haya tenido los impactos educativos que ella indica: ciertos alumnos entendieron mejor para qué sirve “la construcción de una partitura convencional y las diferencias de altura entre las notas” (p.73), y todos ellos aprendieron a valorar “las cosas ordinarias”, abandonando igualmente “algunos preconceptos sobre la relación música-ruido-silencio” (p. 66). Ahora bien, el texto no constituye una reflexión sobre el proceso de investigación que, según afirma la autora, fue previo a la confección de los “cotidiófonos”, como tampoco sobre el que entrañó la elaboración, uso y/o exposición en la escuela de dichos instrumentos: nos econtramos, en realidad, con una exposición lineal, donde se destacan sólo los logros, y en la que, por tanto, falta rescatar los avances-retrocesos, aciertos-errores, negociaciones-conflictos, etc. que (tal como proclama GRUPALFA) caracterizan a cualquier “flujo”, a cualquier proceso que se quiera abordar como tal. Se dice qué se ha investigado (“las fuentes sonoras de materiales cotidianos”), qué instrumento musicales elaboraron los alumnos y con qué materiales, qué hicieron con ellos (exponerlos, confeccionar los ostinatos y escribirlos), así como cuáles han sido sus impactos educativos, pero ¿constituye ello una reflexión acerca del método y/o acerca de la “investigación con lo cotidiano”?.

Aldo Victorio Filho, autor del siguiente capítulo del libro (“Alguns caminhos para uma vida bonita”), es uno de los que desempeñó la labor de “relator” en los seminarios de GRUPALFA. Tras confesar la inseguridad que sentía de cara a realizar esta tarea (“de no dar cuenta de lo que se esperaba de mí”) y tras conjurar esa inseguridad utilizando –esta vez, a modo de remedio psicoterapéutico- el ideario epistemológico posmoderno (la crítica a la “razón única y soberana”, a las “certezas” que son cuestionadas por el “dislocamiento radical” del mundo, etc.), caracteriza los tres trabajos anteriores por el hecho de que parecen “sustituir el lugar seguro de las lógicas tradicionales, hoy irremediablemente anacrónicas, por dramáticos desafíos teóricos y metodológicos” (p. 76). Otro elemento que, según él, tienen en común, aparte de “la coincidencia metodológica”, es “la fuerte connotación y sentido estéticos que los enredan”, lo que los acercaría a su propia investigación, a través de la cual –continúa diciendo- pretende defender la importancia de la experiencia estética en las prácticas educativas. Así, el estudio de Carmen Sanches sobre el niño que escribía “en curva” estaría cargado de “sentidos estéticos”, en lo que se refiere tanto a la manera en que ella aborda su “objeto-sujeto” como a las propias creaciones pictórico-literarias del niño. Según Aldo Victorio Filho, que sigue a Bonaventura en la idea de que la racionalidad estética expresiva está “impregnada de escuchas sensibles a otras racionalidades que no son la hegemónica”, Carmen Sanches –con su sentido estético- estaría alertando “acerca del drama del punto de vista único” (p. 78). Christiane Assano, por su parte, hablaría “de la liberación de la producción estética de los lugares propios instituidos por el discurso de la cultura dominante” (p. 79): la caza de sonidos propuesta por ella entrañaría una “conquista de la autoría” y una “desmitificación de la escritura musical erudita”, por lo que constituiría uno de los “caminos transformadores del mundo.. que se hacen en las mínimas transformaciones de lo cotidiano”. Y, por último, el trabajo de Maria Tereza Goudard consigue evocarle “la bidimensionalidad de tantas pinturas, dibujos o grabados que, a despecho de la imperiosa materialidad, sirve de soporte para las representaciones simbólicas que contienen mundos de planos e infinitos campos de accion imagética”, porque profesores y alumnos “surgen como autores y disfrutadores de esos espacios fugaces que hacen la escuela” (p. 80). En suma, los tres trabajos relatados le sirven para convencerse “una vez más, de que la experiencia y fruición estética es más que una necesidad: es una exigencia de la condición humana” (p. 81). Huelga decir que, dado cómo trata el tema (la estética como “exigencia de la condición humana”), se hubiera ratificado en ese planteamiento cualesquiera que hubieran sido los trabajos comentados.

La otra relatora, Marisol Barenco de Mello, en el capítulo que sigue al de Filho (“Espaçostempos da/na escola: o cotidiano e o transbordamento do racional”), vuelve a presentar los trabajos de Sanches, Assano y Goudard como rescatadores de otras racionalidades, de las lógicas múltiples, con lo que estarían oponiéndose al “Imperio de lo Uno”, al “totalitarismo de los grandes.. sistemas explicativos” (p.83). Sin embargo, lo va a hacer desde otra perspectiva, es decir, en lugar de vincular dicho rescate con alguna suerte de “sentido estético”, asegura que dichas autoras ponen en relación la multiplicidad de lógicas con los contextos en que éstas pueden ser comprendidas. Adhiriéndose al pensamiento de Henri Atlan, considera que “no basta con constatar la diversidad de racionalidades; es preciso distinguirlas, configurarlas, situarlas y reflexionar sobre las posibilidades de diálogo entre ellas” (p. 85) y, siguiendo esta vez a Marie Douglas, estima que lo irracional pudiera no ser otra cosa que “una razón en un contexto inadecuado” (p. 86). A partir de los planteamientos tanto de los autores recién mencionados como de otros, tales como Goodnow y Warton o Butterworth, Marisol Barenco de Mello desarrolla un interesante y sugerente análisis sobre las relaciones teóricas que pueden establecerse entre conceptos como cultura, contextos específicos, esquemas pragmáticos de acción (/de raciocinio) y prácticas sociales. Unas relaciones teóricas que, a riesgo de simplificar en exceso, cabe resumir así: la cultura incide en la ocurrencia de contextos específicos (entendidos como modalidades culturalmente constreñidas de prácticas sociales determinadas) que posibilitan esquemas pragmáticos de acción/raciocinio y, teniendo en cuenta que los contextos alimentan diferentes esquemas pragmáticos (los cuales pueden ser abstraídos de las experiencias sociales cotidianas), así como que distintos contextos coexisten en un mismo sujeto, se plantea “la cuestión de la adecuación de los esquemas apropiados para cada contexto” (p. 86). Puesto que los actos humanos son siempre generados a partir de criterios sociohistóricamente contextualizados, hay que “buscar comprender las condiciones de posibilidad de aparición de esos criterios” (p. 87); propuesta esta última –tomada de Atlan- que cualquier científico social que se adhiera al denominado relativismo metodológico compartiría sin ningún empacho; lo que tal vez no ocurriría con el corolario que añade la autora (“debemos tomar en cuenta también la necesidad de reconocimiento de la validez” de esos criterios) que, según lo que se comprenda por “validez”, puede derivar hacia un relativismo epistemológico extremo, alejado del “relativismo prudente” que parece defender Atlan (p. 85). En cualquier caso, el esquema que va exponiendo, -tal como he insinuado más arriba- además de ser sugerente y sistemático, entraña conceptos y relaciones teóricas entre ellos que, de ser usados en investigaciones empíricas concretas, prometen –en principio- grandes posibilidades heurísticas. No estoy convencida, en cambio, de que las tres investigadoras cuyos trabajos relata Barenco de Mello persigan lo que ella les atribuye. Sin duda, Carmen Sanches “busca confrontar” otros tiempos, otros ritmos de aprendizaje de la escritura, a la temporalidad única de la escuela (p. 88); Christiane Assano, por su lado, confrontaría el “paisaje sonoro” de la sociedad de la industria (o de la música erudita) con otros “paisajes sonoros” que ella misma, junto con sus alumnos, contribuye a crear; del mismo modo que se puede considerar que Maria Tereza Goudard confronta el espacio escolar hegemónico a los espacios escolares realmente practicados, vividos. Sin embargo, se necesita algo más que la confrontación de diferentes racionalidades para “comprender las condiciones de posibilidad de aparición de los criterios socioculturales” que las generan. Se necesita -entre otras cosas- manejar, en la práctica de la investigación/intervención, un marco teórico dentro del cual ocupe un lugar el concepto de “condiciones de posibilidad”, de manera que éste, en sus relaciones con otros conceptos, convierta en relevante la búsqueda de tales condiciones para comprender los actos humanos. Un marco teórico cuyo uso resulta difícil de reconocer en los textos de Sanches, Assano y Goudard, al menos en los incluidos en este libro, a despecho de la lectura que Barenco de Mello quiere hacer (y hace) de ellos.

Los tres siguientes capítulos versan sobre diversas experiencias de investigación/intervención socioeducativa en las cuales las autoras (Carmen Lúcia Vidal Pérez, Joanir Gomes de Azevedo y Regina de Fátima de Jesus) piden a las/os profesoras/es con las/os que investigan/intervienen que narren sobre ciertos acontecimientos de sus vidas. En el primero de ellos (“Cotidiano: história/s, memória e narrativa. Uma experiência de formaçao continuada de professoras alfabetizadoras”), Carmen Lúcia Vidal Pérez habla acerca de un curso de formación que ella misma dirigió a un grupo de veinticinco profesoras alfabetizadoras de una ciudad brasileña del interior de Goiás; un curso de 15 días durante el cual éstas tenían que contar, primero oralmente y luego por escrito, la historia de cómo se convirtieron en profesoras. La estructura expositiva que sigue la autora consiste básicamente en presentar fragmentos de las historias de ocho de esas profesoras, intercalados con comentarios a vuelapluma sobre lo que, para ella, es la narrativa oral y escrita sobre la propia vida, así como con apuntes breves de las actividades llevadas a cabo en el curso, que permiten deducir que la secuencia de éste fue algo así como: narración oral de las historias personales de las participantes, puesta por escrito de esas historias, análisis colectivo (en pequeños grupos) de las mismas y re-escritura de los textos originales. La narrativa –asegura- “es un acto de conocimiento”, “trasluce formas (visibles e invisibles) de representar el mundo y compartir la realidad social, al mismo tiempo que engendra sueños, deseos y utopías”, “engendra nuevas posibilidades de vida” (p. 103), “rompe la linealidad espaciotemporal.. entrelazando pasado, presente y futuro en el ahora” (p.105), produce “nuevos sentidos”, una reinvención de la vida (p.112); el compartir historias personales –continúa afirmando- supondría que “las profesoras pasan a narrarse a sí mismas en un movimiento de abrirse al otro” (109); de igual modo que el escribir esas historias entrañaría para ellas “descubrirse autora(s) de su trama de vida” (p. 111), el análisis colectivo de las narrativas escritas las socializaría “como compañeras” y la re-escritura de los textos originales no sólo permitiría que la(s) profesora(s) se concienticen de su condición de co-autora(s) de su proceso de formación personal-profesional”, sino que podría ser considerada como “un modo de reconstrucción/reapropiación colectiva y solidaria del saber, en que el sentido de las experiencias vividas se vuelve más claro para la conciencia y la relación con el saber pasa a ser más importante que el propio saber en sí” (p. 115). Es de imaginar que efectos como éstos, tan enriquecedores para la formación docente, tuvieron lugar en el caso de las 25 profesoras que participaron en el curso, aunque no hubiera estado mal haberlos mostrado mediante un análisis, aunque fuera mínimo, de material empírico procedente de la experiencia, es decir, haber mostrado qué sueños, deseos, utopías y posibilidades de vida concretos revelaron las narraciones de esas profesoras, qué nuevos sentidos elaboraron éstas o, p.e., de qué saberes se reapropiaron colectiva y solidariamente. Como tampoco hubiera estado mal que nos hubiera expuesto a través de qué estrategias consiguió que tales efectos se produjeran, porque mediante la narración de historias personales, en principio y sin mayor especificación, los actores sociales (o los sujetos) pueden tanto descubrir que son autores de su “trama de vida” como aminorar esa autoría, poniendo en el primer plano de sus consciencias los condicionantes socioestructurales que la han constreñido, producir nuevos sentidos tanto como reproducir los viejos, o reconstruir/reapropiarse solidariamente del saber tanto como rechazar el de otros como vanal y nimio. En definitiva, no hubiera estado mal que nos hubiera desvelado cómo logró (y bajo qué condiciones) que las profesoras entraran en la dinámica de “sumar, integrar e incluir dialógicamente la diversidad de saberes, experiencias y vidas.. para vislumbrar complementariedades en experiencias tan dispares, integrar contribuciones, construir convergencias, (o) establecer conexiones” (p. 116).

“Itinerâncias da pesquisa” es el capítulo debido a la pluma de Joanir Gomes de Acevedo, en el que presenta algunos episodios de la investigación socioeducativa que desarrolló para elaborar tus tesis doctoral, es decir, que se trata de una investigación orientada al mismo fin académico que tiene la inmensa mayoría de las presentadas en el libro, cuyos autores y autoras son doctorandos o recién doctorados/as. En este caso, dado que con la investigación se buscaba relatar “la historia vivida en una escuela” tanto por la propia autora como por otros profesores que participaron en un mismo proyecto educativo: el proyecto CIEP Luiz Carlos Prestes, del Programa Especial de Educación que se puso en marcha en Cidade De Deus; dado también que esta historia se reconstruye a través de “la voz de sus protagonistas” (p. 120), esto es, a través de los relatos o narraciones de éstos; y dado, por último, que lo que Joanir Gomes de Acevedo se propone aquí es “el relato de lo cotidiano de una investigación de lo cotidiano” (p. 119), nos encontramos ante un texto donde el relato alcanza su apoteósis: es el relato del relato del relato de lo cotidiano. Haciendo honor al título del capítulo, los episodios sobre los que la autora llamará la atención son precisamente aquellos que le permiten mostrar las “itinerancias” de su investigación, esto es, los cambios que ésta sufrió a lo largo del tiempo con relación a los planes iniciales. El primer cambio que destaca es el que atañe a la restricción del número de entrevistas que había pensado hacer: habiendo planeado en un principio “entrevistar a muchas personas que trabajaran en el CIEP” durante el periodo en que el que ella estuvo allí (p. 120), decide finalmente entrevistar tan sólo al equipo directivo de entonces y al actual. Las razones de ello son puramente pragmáticas (“trabajando sola, sin financiación, sería inviable realizar tantas entrevistas, que, además, precisarían ser transcritas y digitalizadas”), pero este giro –según asegura- le permite redefinir el objeto de su investigación, que pasa a ser: “narrar cómo fueron puestas las bases de un proyecto político-pedagógico emancipador apoyado en la reflexión y en el trabajo colectivo y cómo ese proyecto se presenta hoy” (p. 124). Otro cambio, que afecta también a dicho objeto, había surgido como consecuencia de lo que acontecía en las propias entrevistas: los sujetos contaban la historia de la escuela donde se implementó el proyecto CIEP entrelazada con la historia de otras escuelas donde también habían trabajado, de modo que la autora, para comprender los “actos y pensamientos” de los entrevistados, decidió no “desconsiderar” esas otras historias y, para ello, realizar más entrevistas a los mismos sujetos “a fin de complementar informaciones” (p. 125). La tercera y última “itinerancia” consistió en no incluir en el texto final de la tesis “las cuestiones relativas al CIEP de hoy”, a los miembros de cuyo equipo directivo había igualmente entrevistado, porque –en su opinión– la “complejidad” de las mismas las hacía merecedoras de otra investigación. ¿Por qué Joanir Gomes de Acebedo relata estas mudanzas acaecidas en su investigación?. Para poner de manifiesto que aunque partió de un proyecto, el de “narrar la historia del CIEP por las voces de los sujetos que participaron en ella”, no se dejó aprisionar por él (p. 133); para ilustrar -en suma-, a través de aquellas mudanzas, que las investigaciones de lo cotidiano no son lineales, pues la escritura y la realidad modifican los rumbos de los planes iniciales: “estamos delante de una metodología que va siguiendo los elementos que van emergiendo de la práctica y/o procurando identificar lo que a ella subyace, en un movimiento zigzagueante, a veces interrumpido para ser retomado más adelante, a veces simplemente interrumpido” (p. 136). Se trata, así, de mostrar un rasgo de la investigación etnográfica y, en general, de la investigación cualitativa que, de tan consubstancial a la misma, no sólo ningún etnográfo o investigador cualitativo cuestionaría (independientemente de que estudie o haya estudiado las clases populares o las élites y, por supuesto, independientemente de que se adhiera o no a una “epistemología de la complejidad” como la que sostienen los reunidos en torno a los seminarios de GRUPALFA), sino que ha pasado a formar parte de lo obvio, de lo evidente en la práctica y en la visión que tienen del tipo de investigación que practican. Lo que se podría “problematizar” es por qué, entre los participantes en esos seminarios, el carácter no lineal de la metodología de la investigación cualitativa es presentado explícita y/o tácitamente como un rasgo distintivo de “la investigación con lo cotidiano”.

El tercer capítulo que versa sobre la narrativa es el de Regina de Fátima de Jesus: “História Oral –da prática da pesquisa à prática docente: uma opçao epistemológica”. La autora, para matizar lo que pudiera sugerir el título (“como si la investigación hubiese sido el punto de partida para una práctica docente que privilegia la Historia Oral”, p. 141), habla –en primer lugar- del carácter no-lineal de la relación entre investigación y práctica docente haciendo hincapié en el hecho de que, en su caso, su “construcción identitaria como profesora no se disocia de la construcción como investigadora” (p. 141) y de que “el trabajo con la oralidad” ha marcado su “trayectoria de vida y profesional” (p. 144), ante todo porque considera que el trabajo con la historia oral, al unir memoria e imaginación, tornan “las propias raíces en posibilidades de un devenir” (p. 143). En su tesis de maestría -continúa narrando- reafirmó su “opción por la Historia Oral como metodología de investigación” (p. 145), movida por lo que percibía en las escuelas públicas cuando, en aquel tiempo, actuaba como orientadora pedagógica: “que las mujeres profesoras, mayoría en el magisterio, reivindicaban el derecho a decir su palabra” (p. 145) y que eran culpabilizadas por el discurso oficial por el fracaso de la escuela pública. Las fuentes orales –en su opinión- le permitirían contraponer “otras lógicas” a la lógica única de la historia oficial, que procede descalificando a los profesionales de la educación, y realizó una investigación dirigida a “comprender el proceso de construcción de la identidad docente” (p. 146) a partir de entrevistas hechas a seis profesoras. Sin embargo, Regina de Fátima de Jesus se ocupa principalmente de relatar la organización de un curso de posgrado orientado a profesoras alfabetizadoras, que se estructuró en torno a la narración, por parte de éstas, de sus microhistorias, y que de cara a ofrecerles la oportunidad de que las contrastaran con la macrohistoria, se hizo coincidir con otro en el que se trataban “las historias de luchas colectivas por el derecho a la educación, a la alfabetización” (p. 149). Decide centrar su investigación de doctorado en las narrativas de las mujeres asistentes al curso y, más concretamente, en “el proceso de construcción de la identidad étnica de las profesoras negras” (p. 147), toda vez que buena parte de las asistentes eran afro-descendientes. Nada dice acerca de cómo es dicho proceso de construcción identitaria; bien es cierto que tampoco aclara si ha acabado o no dicha investigación. Finalmente, tras ofrecer algunas pinceladas, a partir de la obra de Boubacar Barry, sobre el griot o “guardián de las tradiciones orales en las sociedades senegambianas” (p. 154), y de señalar que recurre a la lectura de autores africanos porque considera que el trabajo con la historia oral reata “los lazos con nuestra ancestralidad”, asegura –en primer lugar- que, como el griot, ella no quiere colocar su palabra “como la palabra, sino como una palabra, trayendo la marca de la polifonía (Bakhtin, 1997b), en que múltiples voces insisten en hablar, voces de [sus] pares cotidianos” (p. 154), así como –en segundo lugar- que “el valor de la palabra hablada en la tradición africana apunta pistas para mejor comprender la lógica de las clases populares, mayoritariamente compuestas por negros y mestizos” (p. 155). Y aquí vuelve a asaltarme, ante todo, la misma duda que ya expresé con respecto al trabajo de Carmen Sanches: ¿en función de qué “la tradición africana” puede proporcionar más pistas que la brasileña, afrobrasileña, portuguesa, amerindia o cualquier otra para comprender la lógica de las clases populares, por muy mayoritariamente que éstas están compuestas por negros y mestizos?; además, ¿qué concepciones de “tradición” o de “lógica” maneja la autora para que pueda mantener que la “tradición” esboza pistas para comprender “la lógica de las clases populares”, y no invierta la relación reconociendo asimismo que “la lógica de las clases populares” puede esbozar pistas para comprender “la tradición” (cómo se construye ésta, qué papel se le otorga, cómo se usa, en qué contextos, etc.)?.

En “Eu caçador de mim”, Carlos Eduardo Ferraço realiza un ejercicio muy cercano al que –como se dijo- lleva a cabo Regina Leite Garcia en esta misma obra: de exposición del ideario que comparten los participantes en los seminarios de GRUPALFA. Ahora bien, en este caso, adopta más claramente la forma de una defensa explícita del mismo, pues Ferraço responde a las críticas de que han sido objeto “las investigaciones con los cotidianos”, en el sentido de que tienen “un status menor” o muestran “una cierta fragilidad metodológica y conceptual” (p. 163). La respuesta del autor consiste principalmente en un cuestionamiento de los criterios que pueden servir para establecer o no la “cientificidad” de una investigación, asegurando lo siguiente: “lo que caracteriza una investigación como más o menos científica, signifique esto lo que signifique, no puede ser buscado en el ‘tipo’ de investigación que está siendo realizada ni tampoco apenas en el discurso teórico-metodológico usado, sino que ciertamente precisa tener en cuenta a aquéllos y aquéllas que se colocan como responsables de la investigación, lo que incluye sus intereses” (p. 163-164). Un planteamiento como éste (si es que lo he entendido bien) a mí, al menos, me deja perpleja, porque lo que propone es que el peso de la “cientificidad” de una investigación (signifique esto lo que signifique) recaiga en los intereses -y otros pormenores, que no se especifican- de los responsables de la investigación; de modo que se me ocurre, por ejemplo, que se tendría que aceptar como “científica” la interpretación que proporciona Carmen Sanches de la escritura en curva de Rafael, primero, porque el “interés” explícito que guía su investigación parece encomiable, segundo, porque no da a conocer otros intereses y pormenores de sí misma (o de la institución que la apoya) que permitan dudar de su “cientificidad” y, tercero, porque ésta (signifique lo que signifique) “apenas” depende de que los procedimientos metodológicos a través de los cuales llega a esa interpretación sean discutibles o de que utilice un concepto esencialista y cuasi-biologizante de cultura. Es decir, un planteamiento como el de Ferraço obliga a concluir que no merece la pena discutir sobre el “método” y/o la “teoría” empleados en la investigación, habida cuenta que la aceptabilidad o no de ésta no radicarían ni en una cosa ni en la otra; y hace comprensible, además, que la táctica a la que recurre para hacer frente a las críticas que han recibido “las investigaciones con los cotidianos” (es decir, el tipo de investigaciones que se presentan en el libro reseñado) consista, no en una contra-argumentación teórico-metodológica, sino en una descalificación de los críticos, que son tildados de “guardianes de las fronteras que separan la ciencia del sentido común” o de “eternos mensajeros de las ‘verdades’ y de las metanarrativas”, insinuándose así que se han movido por “intereses” que, desde una perspectiva posmoderna, son inmediatamente reconocidos como perversos. Y, llegados a este punto, creo que tampoco merece la pena discutir lo que Ferraço asegura acerca del modo a través del cual se aspira a reconocer la autoría de los sujetos investigados en “las investigaciones con los cotidianos”, puesto que lo que considero discutible no son los “intereses” (entre otros motivos, porque los ignoro) que él pudiera tener para afirmar lo que afirma, sino una cierta obscuridad teórico-conceptual y argumentativa que, por ejemplo, impide entender por qué habla de “hacer valer” la autonomía o la belleza de los discursos de los sujetos investigados (obliterando la posibilidad de que éstos también encierren heteronomía y fealdad), o qué relación teórica pudiera estar predicando entre conceptos como los de autoría, autonomía, legitimidad, belleza y pluralidad de dichos discursos (o de otras producciones que –en su opinión- no podrían traducirse mediante “la escritura convencional, lineal”, p.169), toda vez que dicha relación no es explícitamente planteada, pero es insinuada a partir de las yuxtaposición escritural de los términos que los vehiculan [“trabajar con narrativas se coloca para nosotros como una posibilidad de hacer valer las dimensiones de autoría, autonomía, legitimidad, belleza y pluralidad de los discursos de los sujetos cotidianos, p. 171].

En cuanto al siguiente capítulo (“Metodologias abertas a iterâncias, interaçoes e errâncias cotidianas”), firmado por Edwiges Zaccur, consta de dos epígrafes: “De muchos tiempos entrecruzando muchos espacios de lo cotidiano” y “De otra epistemología para las metodologías de lo cotidiano”. En el primero de ellos, aparte de tratar de caracterizar su concepto de iterancias, Zaccur -entendiendo que “las metodologías [de lo cotidiano] están por él determinadas” (p. 178), así como que ello obliga a “interrogarse” sobre esas metodologías “a partir de su determinante” (p. 177)- se plantea qué es lo que “se puede comprender de esa complejidad a la que llamamos ‘cotidiano’”. ¿Cómo intenta comprenderlo?. Acudiendo a los significados/sentidos del vocablo y, acto seguido, interpretando esos significados/sentidos, que -en lo que se refiere al menos a los que propone en la p. 178- no son otros que los que cabe encontrar en un diccionario de la lengua portuguesa; ahora bien, la autora no se limita a consignarlos, sino que –como he indicado- pasa a interpretarlos: en “sentido propio, [lo cotidiano] significa ‘cada día’”, pero también “abierto a encuentros y desencuentros, a lo previsible e impresible, a lo repetible y a lo irrepetible” (y no veo razón para que la enumeración de pares dicotómicos no se prolongue hasta el infinito); “en sentido figurado.. significa ‘lo que es común, habitual, familiar’”, “lo repetido” (p. 178). En suma, habida cuenta que –como dice- parece “imposible abarcar lo cotidiano en una definición” (p. 178) y que “más que de decir lo que es, se trata de decir lo que algo significa y para quién tal significación gana fuerza” (p. 186), la comprensión de lo que pueda ser ‘lo cotidiano’ se alcanza a través de los significados/sentidos atribuidos por los lingüísticas al vocablo, y tal vez su complejidad no consista en otra cosa que en la “caoticidad”, “errancias” y “desvíos” (p. 187) que Edwiges Zaccur es capaz de otorgarle al ligarlo a pares de contrarios unidos sintagmáticamente por una conjunción copulativa o, cuando no, por la vitualidad de que uno de los términos del par contenga al otro (“¿no habría en ese repetir un mínimo de diferencia?”, p. 178). Ahora bien, si “lo cotidiano” o “la complejidad de lo cotidiano” no es, sino que significa, lo único que puede “determinar” las metodologías de lo cotidiano son los significados, y la pregunta que surge es: ¿cómo unos significados (y de quiénes) pueden “determinar” unas metodologías de investigación?.

Se aprecia igualmente una tendencia de la autora a dotar de agencialidad no tanto a los sujetos investigados como a entidades lingüístico-metafísicas. Con esto no quiero decir que Zaccur piense a los sujetos investigados (o sus prácticas) con conceptos teórico-abstractos mediante los cuales intente comprenderlos(/las), sino que dichas entidades en sí mismas se erigen en el objeto de su pensamiento de un modo tal que son ellas las que hacen o actúan, como se puede apreciar en el siguiente ejemplo, entresacado del primer epígrafe del capítulo: “Todos esos verbos –asumir, habitar, arriesgar, reinventar, experimentar, desvelar- accionan la vida viva, y su movimiento deja marcas, entre llenos y vacíos en la trama de la vida“ (p. 180). Se trata de una tendencia (quizá nada extraña en alguien que aboga por “una epistemología del lenguaje capaz de contemplar interacciones e iterancias en movimiento” –p. 189-) que también aparece en otros participantes en los seminarios, de manera que en el capítulo siguiente, debido a Maria Tereza Esteban, podemos encontrar un enunciado como éste: “La imprevisibilidad y la invisibilidad tejen lo cotidiano, red en que también se atan previsibilidad y visibilidad. Los opuestos se cruzan, se tejen, se aproximan, se distancian, indican rupturas, promueven encuentros, conviven en las contradicciones, crean un movimiento difícil de ser percibido, acompañado, aprendido, comprendido, traducido” (p. 201-2002). Tal vez nos hallemos ante una estrategia de “descentramiento del sujeto” como la propuesta por Foucault (a quien Zaccur cita en la bibliografía); no obstante, en tal caso, no se puede perder de vista que éste no se adhería a una epistemología que –como la de GRUPALFA- pretende enfocar a los sujetos investigados como sujetos y/o reconocerles su autoría. Como no quiero abonar más la imagen de que mi obsesión es el modo en que se dice reconocer, pero no se reconoce, a los sujetos sociales, y menos aún arriesgarme a ser calificada de “eterna mensajera de las metanarrativas”, paso enseguida a reseñar el segundo y último epígrafe del capítulo debido a Zaccur. Allí nos encontramos en primer término con una afirmación que, de ser tomada al pie de la letra, revelaría un desconocimiento del estado actual de las ciencias humanas; a saber: que “(l)o que viene siendo tomado como método en las ciencias humanas se vincula a un modelo de cientificidad derivado del pensamiento iluminista, calcado de la epistemología de las ciencias duras y orientado para la obtención de resultados susceptibles de comprobación” (p.183). No obstante, la deriva que adopta después el discurso de la autora hace sospechar que esa afirmación es sobre todo un recurso retórico que, posibilitándole asociar lo que llama “lógica de los resultados” a las ciencias duras y éstas, a su vez, a una determinada forma de presentar los resultados de una investigación (mediante la secuencia “introducción, revisión bibliográfica, procedimientos metodológicos, resultados, discusión, conclusiones”), le permiten rechazar las exigencias de esa secuencia. ¿Cómo lo hace?. Discutiendo cómo se plantean éstas en “un documento-guía de tesis y disertaciones fuera del ámbito de las ciencias humanas” (p. 185), lo cual no deja de ser sorprendente cuando lo que va a discutir es el sentido y/o justificación que dichas exigencias tienen en éstas últimas. El caso es que, de ese “documento-guía”, destaca los siguientes aspectos: “1)la exigencia de detallamiento metodológico que se justifica en la medida en que debe permitir la reproducción del experimento como criterio de validación; 2)el énfasis en la separación entre informaciones factuales e interpretaciones que avala la presentación objetiva de los resultados; 3)la discursión comparativa de los resultados obtenidos que autoriza la emisión de juicios sobre los trabajos anteriormente producidos” (p.185: las cursivas son mías). Si se echa un vistazo a este formato de presentación de los resultados, cabe valorar que una investigación cualitativa podría adaptarse perfectamente a él (y a menudo se adapta) respondiendo a razones distintas a aquéllas consignadas en el “documento-guía”, esto es, sin que el detallamiento metodológico persiga la replicabilidad de la investigación (sino, p.e., permitir conocer la validez o no de los procedimientos a través de los cuales se han ido construyendo los resultados que se presentan), o sin que la distinción entre informaciones factuales e interpretaciones busque la objetividad, entendida como la no-incidencia de la subjetividad del investigador (sino posibilitar, v.g., que se juzgue si las inferencias realizadas tienen o no alguna base empírica). De haber acudido a bibliografía correspondiente al ámbito de las ciencias sociales/humanas, y no a “un documento-guía” dirigido a otros campos del saber, Zaccur habría comprobado –además- que las discusiones comparativas que se proponen no son sólo de los resultados, sino de los marcos teóricos a los que se ha recurrido, de las estrategias metodológicas, técnicas e instrumentos de investigación utilizados, de los modos de relacionarse con los sujetos sociales o de restituirles en los textos su agencialidad o autoría, porque si esa discusión comparativa tiene algún sentido/justificación no es tanto el de “autorizar la emisión de juicios sobre los trabajos discutidos”, sino sobre todo el de disuadir al investigador de presentar como novedoso lo que no lo es, a no repetir lo ya sabido y, de esta manera, el de estimularle a tratar de aportar algo más (o algo distinto) a lo ya aportado por otros investigadores.

El siguiente capítulo (“Dilemas para uma pesquisadora com o cotidiano”) es el de Maria Tereza Esteban. No deja de presentar algunos de los rasgos presentes, en mayor o menor medida, en los demás; entre los que cabría detacar ahora el planteamiento de cuestiones teórico/epistémico/metodológicas que se dejan en el aire (p.e., a estas alturas no se sabe en qué se pudiera concretar la diferencia entre el investigar con y el investigar sobre lo cotidiano), la utilización de un lenguaje/ideario rupturista que no se acompaña de propuestas específicas de procedimientos/marcos teóricos para la investigación/acción que hagan honor al mismo, el uso de términos (y de citas de autores) procedentes de la física cuántica, las matemáticas, la filosofía o las ciencias de la vida que, por la manera en que son empleados, suelen señalar trivialidades y que, en algunos casos, permiten incluso inferir que los “fetiches” de las ciencias duras siguen haciendo de las suyas en las mentes de quienes tratan de conjurarlos, etc. Pondré algunos ejemplos. En el epígrafe “Ver o invisível.. e duvidar do que se vê”, después de indicar que lleva realizando desde hace tiempo una investigación sobre la evaluación, la autora habla de “(l)a singularidad de las prácticas y la multiplicidad de procesos que articulan la evaluación y la participación de los sujetos”, y de que todo esto “demanda procedimientos que no congelen el movimiento en el momento captado por el/la investigador/a y que no simplifiquen la complejidad que teje los aspectos privilegiados en la investigación” (p.200), pero ni siquiera esboza en qué consisten esos múltiples procesos o esa singularidad de las prácticas de evaluación y participación, como tampoco explicita qué procedimientos emplea o se podrían emplear para intentar no congelar el movimiento. De igual modo, asegura que “es preciso el desarrollo de metodologías de investigación que puedan contribuir para que se tornen perceptibles los sentidos de los fragmentos despreciables e irrelevantes” (p.201), es decir, de “lo cotidiano”, pero en lugar de proporcionar -al menos- trazos de cómo podría ser esa metodología, lo que hace es señalar con qué aspectos de su “epistemología” tendría que ser congruente (“Esta metodología de investigación está completamente interesada en los procesos que buscan, simplemente, cambiar el mundo...”; “El análisis de lo cotidiano se desenvuelve a través de preguntas [¡¿cuáles?!] que resaltan.. lo episódico, como una preocupación de comprender mejor la complejidad de las relaciones para producir modos más coherentes y eficaces de intervención, en nuestro caso, las prácticas escolares”; “Lo cotidiano escolar indica que un mismo proceso colectivo puede dar margen [¡¿cómo?!] a diferentes procedimientos individuales [¡¿cuáles?!], marcados por la singularidad de las experiencias”..., p. 201). En definitiva, nos hallamos ante un discurso que -como ocurre en otros capítulos de la obra- no termina de mostrar el modo en que los planteamientos defendidos pueden re-orientar las investigaciones/ intervenciones socioeducativas; no termina de proporcionar herramientas intelectuales que pudieran acercarlas a esos planteamientos, entre otros motivos porque lo que se va proponiendo –y tal como se va proponiendo- adopta con frecuencia la forma de un credo, es decir, se tiene la impresión de que “la investigación con lo cotidiano” y la aceptación de sus especifidades (sean éstas las que sean) sólo precisan de la fe en dichos planteamientos. Es cierto que estoy utilizando una simple metáfora, pero ésta me permite sintetizar el cúmulo de sensaciones que me está causando, en general, el libro, tal vez debido –y esto puede entrañar un sesgo en mi lectura- a que no concibo una reflexión sobre métodos que no ofrezca (directa o indirectamente) ese tipo de herramientas intelectuales o que no permita vislumbrar en qué podrían consistir, y para ello es preciso que los grandes principios epistemológicos sean traducidos o traducibles a las operaciones teórico-metodológicas concretas que se necesita desplegar en cualquier investigación empírica.

Expondré a continuación otro fragmento del capítulo de Maria Teresa Esteban que, aunque es un tanto largo, creo que merece ser reproducido para apreciar qué entiende por “teoría del caos” y “complejidad”: “Todavía me parece más difícil el desarrollo de la investigación de lo cotidiano cuando elegimos la escuela como campo. La escuela es la propia teoría del caos en realización. Todo acontece al mismo tiempo y, frecuentemente, fuera de la hora en que debería acontecer. Los sujetos de la investigación terminan por no dejarse traducir como objetos de la investigación y se mueven según sus propias definiciones, no según nuestro plan, nuestras previsiones, ni siquiera nuestros acuerdos: faltan exactamente en el día de nuestra ida a la escuela, hablan de todo menos de aquello que queremos saber, actúan exactamente en el sentido que la teoría en que nos fundamentamos critica.../ En medio de la complejidad de lo cotidiano, inevitablemente marcada por la multiplicidad, muchas veces es difícil encontrar un rumbo para la investigación” (p. 202: las cursivas son mías). De lo anterior cabe inferir que las concepciones de “teoría del caos” y de “complejidad” que maneja la autora aluden al hecho de que en la escuela ocurren muchas cosas al mismo tiempo y fuera de los planes y previsiones del investigador. Dado esto, se comprende la razón por la que otros investigadores sociales no se han sentido movidos a generar una “epistemología de la complejidad” como la propuesta por GRUPALFA o, según se mire, la han practicado sin advertirlo: como sabían que estudiaban comportamientos humanos, no se les ocurrió establecer planes o previsiones que les posibilitaran preverlos con exactitud, y no les llamó ‘epistemológicamente’ la atención el hecho de que la gente faltara a las citas y sorteara las preguntas y requerimientos de un investigador; como es posible que también leyeran a William I. Thomas, ya sospechaban que los agentes sociales actúan con frecuencia según sus propias definiciones de la realidad; y como es poco probable que se fundamentaran en teorías que criticaran el que los sujetos actúen en algún sentido, trataron simplemente de conocer el sentido de ese actuar. En suma, -según se desprende- “la teoría del caos” y “la epistemología de la complejidad” lo que mantienen es que el mundo social es social, y no está habitado por autómatas cuyos comportamientos fueran predecibles por leyes. Llegados a este punto, el lector/a (o, al menos, el que lleva un tiempo dedicado a la investigación en el ámbito de las ciencias sociales/humanas) se siente como aquel personaje de Molière que descubrió que siempre había escrito en prosa: tan gratamente sorprendido/a de poderse etiquetar como “teórico/a del caos” y “epistemólogo/a de la complejidad” que, sin importarle lo que de ello piensen matemáticos, físicos o epistemólogos, pasa a considerarlo como una recompensa a los vanos esfuerzos desplegados para averiguar qué entiende, más allá de lo trivial, GRUPALFA y “afines” por complejidad, caos, investigación con lo cotidiano, rizomático, rigor flexible, individualcolectivo, espaciotiempo, autoorganización, dislocamiento, iterancias, errancias, nómada, híbrido.., ..o, sobre todo, para vislumbrar en qué estriban las metodologías que proponen. Expresado con otras palabras: aún aceptando que las ideas vehiculadas por términos como los anteriores tienen una cierta fuerza sensibilizadora de cara a evitar determinadas simplificaciones de la realidad social, queda todavía por saberse de qué fuerza teórico-metodológica las dota ya no sólo la autora de este capítulo, sino también el resto de los participantes en los seminarios. Para terminar, hay que subrayar que en el texto de Maria Teresa Esteban cabe encontrar algunas reflexiones interesantes, como las que dedica a la distinción entre “discurso verosímil” y “discurso plausible” (pp. 205-06), que toma de Manuel Sarmento, o a la aplicabilidad en las ciencias sociales del concepto de “deriva estructural” formulado por Maturana, que –tal como indica- podría servir al investigador como ayuda para “dar orden al caos encontrado” (p. 203).

Los dos siguientes capítulos son los de Mairce da Silva Araújo (“Cenas do cotidiano de uma escola pública: olhando a escola pelo aveso”) y Virgínia de Oliveira Silva (“As marcas da leitura em nós..”). En el primero de ellos, la autora –como insinúa el propio título- nos describe/narra varias escenas que constituirían ejemplos de lo que llama “innumerables ejemplos de tácticas (Certeau, 1994) de intervención que suspenden, aunque provisionalmente, los trazos de exclusión social” de las clases populares en las escuelas (p. 214). La escena inicial presenta a una conserje, Vitória, que traspasando las funciones a las que su cargo la obliga, se implica en la educación socio-cívica de los alumnos, los conoce personalmente, e intercede por ellos cuando la dirección toma decisiones que pueden perjudicarlos. La escena siguiente atañe a la elaboración de un mural que –según dice- “reafirmaba la escuela en cuanto espacio híbrido, donde también hablan voces que reivindican ser oídas y apuntan para un proceso de fortalecimiento de la identidad étnica de los niños de las clases populares” (p. 216); la razón es que dicho mural, titulado “Brasil muestra su cara”, retrataba al país incluyendo también “artistas, jugadores y trabajadores negros”, de modo que –tal como continúa diciendo- hacía visible la composición étnica de la mayoría de los estudiantes de las clases populares. En la tercera escena, las “tácticas” las desarrolla la propia autora, haciendo ver a una maestra cosas “que antes no veía” (p. 219), esto es, que la cartilla que iba a usar para alfabetizar a sus alumnos presentaba “detalle(s) desapercibido(s) a primera vista”: “en un libro con doscientas páginas, el primer personaje negro de la historia aparecen en la página 68 y es apenas amiga de uno de los personajes centrales de la cartilla” (p. 218); “para un total de ocho personajes blancos en la cartilla, había apenas dos personajes negros” (p. 218) o que el retrato de familia que se exhibía era el “de la familia nuclear burguesa” (p. 219), un “modelo ideologizado de familia” que no se corresponde con el mayoritario entre los alumnos de “descendencia afro-brasileña”, entre los cuales predomina la presencia de “mujeres como jefes de familia” (p. 220). Con estas “tácticas”, Araújo piensa que consiguió transmitir a la maestra “preocupaciones que estaban repletas de posibilidades de rompimiento” con lo que antes preconcebía. Nada dice acerca de las prácticas posteriores de la maestra a este respecto, por tanto, tampoco acerca de la eficacia de su método de “concientización”. Lo que sí explicita es su planteamiento de partida, que dice tomar de Freire: que la escuela “(s)ólo será un ambiente alfabetizador favorable a los niños de las clases populares y, especialmente a los niños afro-descendientes, que hoy, mayoritariamente, componen el cuadro de las escuelas públicas, si incorpora tanto la actualidad cultural de los niños, como la historia de sus antepasados” (p. 222). Y, sin duda, sería un interesante modelo de intervención socioeducativa si fuera acompañado de un estudio en profundidad de los medios de origen de los alumnos, esto es, de las culturas concretas en que transcurre su vida cotidiana fuera de la escuela (y que ellos mismos contribuyen a crear en interacción con otros), a partir de lo cual podrían ser desarrolladas estrategias que aminoraran la distancia entre la cultura escolar y las culturas de origen de los alumnos; un modelo que (cuando no pretende incidir únicamente en los contenidos del curriculum, sino igualmente en otros aspectos implicados en los procesos de enseñanza/aprendizaje, tales como las estructuras de participación en el aula, los estilos de aprendizaje o las formas -práctica/docta- de relacionarse con el saber), parece haber dado frutos dignos de consideración en los contextos en que se ha aplicado. Ahora bien, el texto deja entrever, por un lado, que sólo se repara en los contenidos curriculares y, por otro, que -a pesar de menciones explícitas “a la actualidad cultural de los niños”- la autora está realmente pensando en una “cultura africana” idealizada, homogénea y cosificada: “(e)studiando el status de las mujeres negras en la sociedad brasileña, Landes (2002) afirma que en las complejas sociedades africanas, de donde viene o de donde desciende una gran parte de la población esclava que vino a Brasil, las mujeres no sólo administraban propiedades, mercados, negocios domésticos, sociedades secretas, sino que también eran reconocidas oficialmente como sacerdotisas, médiums y reinas, y trataban de intereses femeninos” (p. 220).

Virgínia de Oliveira Silva nos ofrece, por su parte, un texto cuasi autobiográfico en el que, además de presentarnos algunos hitos y logros de su curriculum vitae como enseñante, relata diversas experiencias personales y profesionales relacionadas con la lectura. Así, nos confiesa que su “fallecido padre” (p. 227), “que cursó solamente las dos primeras series de la escuela primaria, recorriendo a pie los dieciseis kilómetros que la apartaban de su casa”, “orgulloso, leía deletreando alto y con buen sonido todas las noticias que dijesen sobre su tierra natal” (p. 228) y que su madre le entregó “las llaves del mundo de las letras” cuando, p.e., le recitaba o inventaba para ella historias sin fin. Evoca también “los colores, los olores, sonidos, toques y sabores que impregnaban” los domingos de su infancia y adolescencia, así como los viajes que hizo con su padre, que era feriante, a la Feria de los Nordestinos, en la que –entre otras creaciones orales y escritas- conseguía versos anónimos que aún recuerda (tanto es así, que los transcribe en el texto). Después de embarcarse en un alegato contra la sociedad “competitiva” y poco “solidaria” de la “Era Posindustrial”, que ha ido sustituyendo la lectura por la tecnología y la enseñanza presencial por la enseñanza a distancia (p. 233), expondrá su idea de que “no es la lectura per se la que nos traerá la ciudadanía o la transformación social, sino la interacción, el entrecruzamiento de diversas experiencias y acciones, en los campos sociopolítico, económico o cultural”, y que es precisamente eso lo que quiere rescatar en este capítulo. Para ello, después de dedicar unos párrafos a Freire, narrará una iniciativa que ella misma protagonizó junto a otros profesores de la Escuela Municipal Pedro Soares, de Praia Provetá, Ilha Grande, Municipio do Angra dos Reis. Consistió en poner en funcionamiento la “Biblioteca Espumas Fluctuantes y su Combés de Lectura”, esto es, una biblioteca ubicada en el barco que transportaba hasta la escuela a los profesores y alumnos de diferentes playas de Ilha Grande. Según asegura la autora, no sólo fue aumentando la dotación de libros y el número de lectores que utilizaban la biblioteca, sino que ésta aún persiste; un asunto este último que es enfatizado en el epígrafe de conclusiones como un indicio de la importancia que tuvo y aún tiene dicha experiencia. Nada que comentar, salvo que se trata de un autorretrato épico que, a veces, raya en una profunda emotividad.

El último capítulo es “Fronteiras do cotidiano”, escrito por Maria Izabel Porto de Souza, miembro del Grupo Mover de la Universidad Federal de Santa Catarina. Sabemos que hizo las veces de relatora en los seminarios, por cuanto, p.e., en la p. 246 asegura que “(l)a primera sensación, en esa experiencia de relatora, fue la de desorientación.., como si el orden estuviese puesto en desorden”; un desorden del que –según continúa diciendo- “surgió un nuevo orden” cuando entrecruzó las experiencias narradas por los investigadores de GRUPALFA con su propia experiencia. Con todo, el texto no se dedica a comentar los trabajos de éstos, sino más bien a exponer su propio punto de vista sobre “las investigaciones con lo cotidiano” y a describir el Proyecto Oficinas del Saber, en el que está participando. La autora, al realizar esta labor, probablemente ofrezca las reflexiones teórico-metodológicas más interesantes del libro reseñado; entre las cuales se podrían destacar las que dedica a relatar el proceso de investigación/intervención socioeducativa que está desarrollando en el contexto de dicho proyecto. Habla de la existencia de una “cultura de sobrevivencia” que lleva a que los alumnos procedentes de las clases populares tengan ideas y otras percepciones sobre el tiempo, el espacio, las relaciones, los saberes, etc. diferentes a las predominantes en el escuela. Lo interesante es que, a través del relato de su experiencia en el Proyecto mencionado, no sólo va mostrando en qué aspectos concretos difieren/chocan “la cultura de sobrevivencia” y la escuela, sino las estrategias a través de las cuales va conociendo tanto esos aspectos como sus consecuencias para el proceso de enseñanza/aprendizaje de los alumnos. Así, lo que va a considerar “cultura de la sobrevivencia”, esto es, los modos de sentir, actuar y pensar de las clases populares, lo va infiriendo a partir de las observaciones de las prácticas de los niños (y/o de sus interacciones con otros niños y con los adultos) tanto en las aulas como en sus medios de origen. La cultura a la se refiere es -por fin, en este caso- una cultura vivida, una cultura realmente “practicada”; y los contrastes, contradicciones, encuentros y desencuentros son presentados (y comprendidos) como produciéndose entre sujetos sociales que actúan, piensan y sienten según lógicas diferentes. Por último, señalar que Maria Izabel Porto de Souza recurre al concepto de hibridación para designar los procesos que tienen lugar en los “espacios intersticiales”, en los que las lógicas de actuación de los sujetos que se encuentran en ellos son distintas e, incluso, contradictorias (como sucede en las escuelas que reciben a niños procedentes de las clases populares). Se trata de un recurso conceptual que entraña riesgos, uno de los cuales consiste en que el investigador no termine de romper definitivamente con una concepción esencializada o cosificada de cultura y que, por tanto, simplemente pase de concebir la escuela y/o a los individuos que la conforman como llenos de la misma esencia o “cosa” a concebirlos como llenos de múltiples esencias o “cosas”. La principal ruptura con respecto a una concepción cosificada de la cultura no la consigue la autora, desde mi punto de vista, cuando apela a la idea de hibridación, sino cuando, enfocando la cultura como formas de sentir, actuar y pensar de los sujetos, sostiene que es re-elaborada y re-creada por ellos en su vida cotidiana, utilizando esta concepción en la práctica de su investigación/intervención socioeducativa.

En suma, el libro no deja de presentar algunos capítulos interesantes, y tal vez una parte de las críticas que abonan otros podrían haberse evitado si los autores hubieran dispuesto de más espacio para desarrollar sus ideas, puesto que una media de 16 páginas/autor resulta insuficiente para tratar con un mínimo de detenimiento y concreción asuntos que, sin duda, no son sencillos de argumentar y defender.

Acerca de la organizadora del libro

Regina Leite Garcia

Profesora titular del Área de Alfabetización de la Facultad de Educación de la Universidad Fluminense, y coordinadora de GRUPALFA (Grupo de Pesquisa Alfabetizaçao das Crianças das Clases Populares)

Acerca de la reseñadora del libro

Mª Isabel Jociles Rubio, Doctora en Sociología y Profesora titular de Antropología Social de la Universidad Complutense de Madrid. Líneas de investigación: identidades culturales, educación y trabajo, metodología y epistemología de la investigación social, etnografía de la educación.

 

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