Haydon, Graham. (2003). Enseñar
valores: Un nuevo enfoque. Madrid: Ediciones Morata.
222 pp.
ISBN: 84-7112-485-8
Reseñado por Raúl Weis
Instituto de Estudios Avanzados
Colegio de Educación de los
Kibbutzim, Israel
Diciembre 4, 2004
Resumen
Haydon nos ofrece una obra capaz de potencializar
el trabajo de la educación en valores en general y de la
educación moral en particular. Esto se hace desde un
enfoque multidimensional que ilumina las raíces y las
proyecciones de estos valores en la sociedad multicultural y se
concentra en el desarrollo del diálogo y de los aspectos
intelectuales de la moralidad. Todo ello a través de una
exposición fluida, ágil en sus referencias a la
realidad y casi coloquial en su estilo, pero que no descuida la
minuciosidad del análisis y la crítica bien
fundamentada. Es éste un libro altamente recomendable tanto
para el docente en formación en cualquiera de las materias
de enseñanza, como para el trabajo profesional del
educador.
Abstract
Haydon’s book presents a study able to
potentiate educator’s work in values education in general
and especially in the field of morality. This is done through a
multidimensional approach that illuminates the implications of
values in a multicultural and multi-confessional society and is
centered on the development of dialogue and the intellectual
aspects of morality. The ideas are presented through a fluid
exposition, agile in its references to reality and almost
colloquial in its style, but always careful about the
thoroughness of the analysis and the solidly based criticism.
This is a book to be highly recommended both for student-teachers
and for educators in the field.
Educación en valores en una
sociedad multicultural
Toda educación es un quehacer que se
desenvuelve en el terreno de lo ético. Esto, que ya ha sido
ampliamente mostrado es así, aún cuando el educador no
se proponga acometer objetivo moral alguno. La estructura de la
institución, su concepción organizativa, el modo en que
el docente se relaciona con los alumnos, las estrategias de
enseñanza y los métodos de evaluación adoptados,
todos ellos expresan una visión del mundo
axiológicamente cargada que, en tanto construidas como
relación de poder, no podrán dejar de imprimir su
huella en la moralidad del educando.
De ahí que aún para quienes hoy ven en
la educación una actividad técnica y especializada y
por supuesto, para aquellos otros concientes (o que procuran
serlo) de la medida en que los valores - y los valores morales en
especial -, diseñan el carácter de la labor de clase,
un análisis de la significación y fundamentos de estos
valores y de los modos en que estos pueden ser concientizados y
evaluados, adquieren una importancia fundamental. En este
sentido, el libro de Graham Haydon constituye un aporte
invalorable.
En su primera parte el libro expone algunos de
los valores de la educación generalmente considerados
básicos, tales como la independencia de pensamiento o la
necesidad de autocontrol, y hace referencia a la supuesta
misión de los maestros de mantenerlos y transmitirlos.
Haydon subraya la escasa preparación del educador para
desempeñarse en este terreno y hasta el rechazo - común
en los más jóvenes- a aceptar una misión que
trascienda los límites de la transmisión del saber de
su especialidad. Pero sobre todo, destaca el autor la dificultad
de ponerse de acuerdo sobre una serie de valores cuyo sentido no
está claramente definido y que muchas veces se contradicen
entre sí. Un ejemplo de ellos sería el que defiende la
elección autónoma de valores por parte del alumno,
contradicho cada vez que el maestro se ve en la necesidad de
impedir, por ejemplo, expresiones de racismo o violencia en el
marco de la institución educativa.
Otros valores consagrados por la escuela
tradicional se analizan señalando los posibles dilemas que
su aplicación puede implicar, (como cuando aquél a
quien se promete “lealtad” incurre en acciones
inaceptables; o cuando se subraya el “respeto a la
adecuada autoridad” y, contrariando el valor de
autonomía, se exige al mismo tiempo una aceptación casi
incondicional de la autoridad del docente). Haydon destaca
también la necesaria – y por lo general poco
implementada -proyección de los valores en los programas de
estudios, como la necesidad de abocarse a una
“educación por la paz”, en tanto marco
apropiado para el eficaz tratamiento del problema de la violencia
en las instituciones educativas.
Como toda educación parece plantearse el
propósito de lograr la aceptación de algunos valores
fundamentales por parte del alumno, Haydon se plantea la
necesidad de sugerir, aunque sea someramente (volverá a ello
con más detalle en el capítulo XI), la respuesta a
algunas de las preguntas que es preciso formular en el proceso de
elección de objetivos de la educación . Ejemplos de
estas preguntas serían: ¿En que medida el objetivo
beneficia a una mayoría de la población?; ¿Es
éste un objetivo justificado en razón de su importancia
fundamental para la educación o por consideraciones de otra
naturaleza?; ¿No se ve menoscabado valor moral alguno
durante el proceso que conduce al objetivo?. Los interrogantes
propuestos son indudablemente importantes para la elección
de los objetivos educativos. Sin embargo, en una obra que trata
de los aspectos básicos de la educación, sería
necesario formular preguntas de carácter más
fundamental: ¿ Constituye la determinación de objetivos
un “sine qua non” de la educación?; ¿Acaso
puede plantearse la posibilidad de una educación que no se
edifica sobre objetivos (entendido el término en su
común acepción de deseable estado final y no como una
intencionalidad o dirección del propósito educativo),
objetivos renovados en cada momento y basados en una
interacción dialógica con el educando?; ¿ No
provocamos una devaluación del carácter interactivo de
la educación, del respeto por individualidades en
crecimiento, cuando nos abocamos a promover objetivos
previamente determinados, aún en el supuesto – no muy
real en nuestros sistemas de educación-, de que en esta
determinación ha habido lugar para una activa
participación del alumno?
La segunda parte ofrece una caracterización,
excelente por su claridad, de los valores en general y de los
valores morales en particular. Se analiza el significado y
proyecciones del posible carácter universal, objetivo y
absoluto de estos últimos. Esto le sirve a Haydon para
transitar cómodamente hacia el estudio de los conflictos
– sus raíces y su posible evitación –,
presentándose éstos desde el ángulo particular de
la confrontación de valores. He aquí un tema de
importancia crítica en sociedades cultural, confesional o
étnicamente plurales. El autor seguirá
refiriéndose a ellas a lo largo del libro y ello explica que
en el Capítulo V sean los valores de tolerancia y compromiso
los elegidos como ejemplos para un análisis más
profundo y tal que permite un primer atisbo a la filosofía
moral de Kant y al utilitarismo. Haydon aprovecha para ahondar
aquí en los posibles modos de encarar situaciones
conflictivas típicas de las sociedades multiculturales de la
Europa de hoy y en especial, aquellas en que se ve involucrada la
religión.
Es en la tercera parte del libro que el autor se
aboca de lleno al tema de la moralidad y sus posibles
motivaciones. ¿Cuál es su origen?; ¿qué es
lo que nos lleva a seguir sus preceptos?; ¿sería
posible la vida social sin ellos?, son algunas de las
interrogantes que formula. Haydon llega incluso a plantear el
escaso valor de una educación moral tan proclive a conducir
a la rigidez, el fanatismo, la potenciación de los
sentimientos de culpa o el enculpamiento de otros vistos como
moralmente imperfectos. ¿Acaso no sería mejor
dedicarnos a educar a la juventud hacia el altruismo?, pregunta
Haydon, sustentado por John White. Es aquí que el autor
profundiza en uno de los debates fundamentales del pensamiento
moderno respecto a la educación moral: el mantenido entre
los enfoques que propugnan el logro de la justicia por medio de
la aplicación de principios morales universales y aquellos
fundados en una actitud de cuidado por el otro (Note) . En otras palabras, enfrentado a
un dilema moral podría uno hacerse una de estas dos
preguntas: ¿Cuál es - si me atengo a un principio
universal de justicia - la acción correcta a emprender en
este caso? o, consciente de mi responsabilidad para con el otro,
¿cómo puedo determinar, en interrelación con
él, la forma más adecuada de actuar? Estas dos
interrogantes representan dos de las posiciones clásicas de
la educación moral moderna: la que se deriva de los estudios
de Kohlberg sobre el desarrollo del juicio moral y la de Gilligan
y sus seguidoras, quienes critican estos resultados exponiendo un
modo alternativo y fundado en una visión feminista de
enfrentarse a la problemática moral.
Haydon trata de mostrar como, a pesar de su
atractivo, una posición de cuidado para con el otro
deberá estar complementada – o limitada – por
una visión más despegada y objetiva de la
situación a la que nos enfrentamos, si es que nos
proponemos evitar perjuicio o desatención a terceros. De
hecho, en el capítulo XII, se decide el autor claramente por
la necesidad de fundamentar la moralidad en consideraciones que
responden a ambas posiciones. Puede aquí recordarse - como
lo han indicado Noddings y sus seguidores – de qué
modo, cuando se debilita u obstruye nuestra natural
disposición a actuar por el otro (disposición que se
encuentra en la base de toda actitud de cuidado), es siempre
posible recurrir a nuestro deseo de proceder de acuerdo a un
ideal del yo que hemos elaborado en base a experiencias de
cuidado que otros nos han prodigado o a actitudes de cuidado que
hemos consagrado a los demás. Ambas experiencias seguramente
nos han provocado satisfacción, y la evocación de este
sentimiento y nuestro deseo de mantener nuestro ideal del yo
acuden en nuestra ayuda cuando sentimos indiferencia, o incluso
rechazo, a actuar por el otro. Haydon señalaría
posiblemente que este ideal del yo no está lejos de
constituir nuevamente una idea reguladora similar al principio de
justicia. Y sin embargo, los orígenes de esta idea no se
hallan en alguna elaboración mental fundada solamente en el
trabajo de la razón, sino, justamente, en experiencias de
cuidado que he recibido o prodigado. De esto se desprenden
obviamente conclusiones de fundamental importancia para la
educación.
Los dos últimos capítulos de esta parte
debaten otras facetas de la moralidad. El autor destaca en ellos
el valor del lenguaje como sustento de aspectos fundamentales de
la moral (“nadie podría experimentar una
sensación de obligación moral sin tener un concepto de
obligación, y esto supone conocer la palabra…”,
p. 105). De ello deduce Haydon la importancia de la
educación formal como una de las vías conducentes a la
preservación de la moralidad. El autor reconoce asimismo la
importancia de que la sociedad se conduzca de acuerdo a ciertos
requisitos morales generales. De esto parecería deducirse
que algún modo de imposición de valores estaría
implícito en los procesos formativos que conducen a aquel
acuerdo. Haydon no es ajeno al peligro de control social
implícito en una imposición de este tipo y se apresura
a señalar que no sólo no deben los requisitos morales
ser impuestos desde fuera, sino que tampoco lo pueden
ser. Es preciso que ellos sean reconocidos por medio de un
proceso reflexivo: la autonomía del individuo es el
fundamento de la construcción de su moralidad.
Pero debe señalarse que autonomía no
implica que todo valga. Así como en el estudio de las
matemáticas es importante que el educando llegue por si
mísmo a determinados resultados, no se deduce de ello que no
haya resultados “objetivamente” correctos a los que
él debiera arribar. He puesto objetivamente entre comillas,
ya que es posible considerar a las matemáticas como
construcción social y por lo tanto, pasible de fundarse
sobre verdades diversas y no siempre compatibles. Pero aún
si esto se acepta, no se puede sacar de ello la conclusión
de que en las matemáticas “todo vale”.
Quizás, siguiendo a Martín Buber, puede afirmarse que
los valores tienen un carácter absoluto, si bien cada uno
deberá descubrirlos por sí mismo.
La Tercera Parte se cierra con el capítulo
VÍ, dedicado a un análisis de las relaciones de la
moral con la espiritualidad y la religión. Ello se ubica en
el marco de la búsqueda que emprende el autor hacia la
posibilidad de atribuir un sentido a la moralidad. Son de sumo
interés – sobre todo para docentes religiosos –
las posibilidades que han abierto pensadores creyentes que han
querido ver en la experiencia religiosa una proyección de
preocupaciones básicas del hombre, afirmándose esto sin
renunciar a convicciones fundamentales respecto a la verdad
literal de su credo y a su fuerza fundacional para la moral.
En las tres últimas partes entra el autor de
lleno en el terreno de la educación en valores. Haydon hace
referencia al hecho de que todo docente debe en algunas ocasiones
enfrentarse a problemáticas que trascienden el marco de su
materia. Esto es lo que ocurre con temas transversales como
aquellos que se refieren a la educación ambiental, la
educación cívica, etc. Más aún, como hemos
señalado al principio de esta reseña las propias formas
de enseñanza de la materia – de cualquier materia
– contienen mensajes de valor cuya concientización y
discusión en el marco del aula constituyen un objetivo
importante para un docente dedicado a la promoción del
autónomo desarrollo del alumno. Es más: la mayoría
de las materias de estudio contienen aspectos de proyección
social o ambiental que evocan valores cuyo tratamiento la escuela
considera de relevancia. Incluso la misma clase de
matemáticas constituye el entorno más adecuado para
considerar aspectos ético-sociales implícitos en el
planteamiento de problemas referidos, pongamos por ejemplo, al
mundo del comercio. Renunciar a ello puede sin duda llevar a una
transmisión acrítica de mensajes, por ejemplo, de una
índole tal que haga aparecer como adecuadas y hasta
necesarias determinadas prácticas sociales o económicas
que, obviamente, son sólo expresión de la
ideología reinante.
El capítulo IX, analiza de un modo ejemplar
las posibles formas de encarar temas que se hallan al orden del
día de la educación de países como Inglaterra: el
aborto, los derechos del animal, la conservación del
ambiente natural. Los conflictos que estos asuntos son capaces de
despertar llevan a Haydon a considerar el tema de la violencia,
no para detenerse en el detalle de proposiciones para el diario
quehacer de la escuela, sino a efectos de analizar cuidadosamente
la lógica que sustenta su uso en el marco de la
discusión de temas tales como, por ejemplo, los
señalados en el párrafo anterior. El autor hace esto
sin caer en generalizaciones incapaces de sostenerse ante
conflictos reales, aunque tiene aquí una oportunidad para
aplicar los pensamientos sobre la tolerancia y el compromiso que
expusiera en la segunda parte del libro. El enfoque es más
teórico. Ve con claridad que si bien la violencia puede
acarrear una limitación de la autonomía y el uso de la
razón, es posible hallarle justificación en aquellos
casos en que los argumentos racionales se han vuelto
inútiles y nuestra preocupación está dirigida a la
defensa de otros.
El capítulo estudia asimismo un tema
recurrente en la educación en valores: la neutralidad de la
institución educativa. Posiblemente, señala Haydon, no
habrá amplia discusión respecto a valores aceptados en
la educación tales como la independencia de pensamiento y la
racionalidad. Pero ¿de qué modo encarar, por ejemplo,
un tema como los derechos del animal o el aborto? El autor expone
las posibilidades que se abren ante el educador para mantener un
adecuado nivel de neutralidad respecto a valores que como los
indicados, se hallan en debate en la sociedad. La promoción
del diálogo, la aceptación de la crítica y una
visión abierta de los claroscuros de la propia
posición, se nos ofrecen como estrategias recomendadas.
Ahora bien: el nivel de neutralidad a que el
educador es capaz de llegar, puede a los sumo ser definido como
“adecuado”. Es imposible pedir completa neutralidad
cuando él sustenta una posición definida respecto a lo
que se está tratando. Aún cuando se lo proponga (y lo
considere educativamente justificado), no podrá aparentar
neutralidad. Su expresión facial, el tono de su voz, su
actitud ante la exposición de posiciones opuestas a la suya,
todo ello no puede menos que revelar su pensamiento. Más
aún, hay riesgo de que el mensaje que transmite el educador
al exhibir neutralidad sea entendido por el alumno como un visto
bueno a la no adopción de posiciones ante temas que
están en debate, mensaje éste sin duda opuesto al que
la educación – por lo general - debiera defender. De
modo que la alternativa que se abre ante el educador no puede
ser sino la de adoptar una neutralidad elaborada a otro nivel y
fundada en estrategias del tipo de aquellas expuestas por Haydon
. Es así que puede pensarse en una actitud que no rehuye a
expresar posiciones personales – en tanto posiciones
personales y no “verdades” indiscutibles – pero
que a la vez expone de un modo honesto ante los alumnos la gama
de opiniones existentes, incluidas, por supuesto, las
opuestas.
El autor continúa en el capítulo XI con
el tratamiento del tema de la educación moral entendida como
una transmisión de valores o como un proceso que promueve el
cultivo de las virtudes y esto, más allá del de una
educación que se propone únicamente el desarrollo del
pensamiento moral del alumno. La educación en el marco de
una sociedad fundada en el liberalismo debe promover los valores
necesarios para vivir en esta sociedad, pero ello sin proponerse
un adoctrinamiento en la ideología liberal.
El estudio del desarrollo del pensamiento moral
en tanto estrategia fundamental de educación en valores es
encarado en el capítulo XII. El autor muestra como la
actitud de “lassaiz faire” que se halla en la base de
los métodos utilizados por esta estrategia, si bien evita un
adoctrinamiento deliberado y reconoce la diversidad de valores,
no ayuda al alumno a enfrentarse a posiciones que incluyen
valores para él inaceptables. Sin embargo Haydon reconoce
que – como lo destacan por ejemplo quienes han elaborado
los métodos de “aclaración de valores” - la
reflexión crítica de las posiciones personales es capaz
de dificultar la aceptación de valores inadmisibles como,
por ejemplo, el racismo. A una conclusión similar
arribó Kohlberg respecto a sujetos que se hallan en el
estadio 6 o estadio superior de juicio moral. El autor concluye
con la idea de que la educación debería promover la
capacidad de llegar a lo que Rawls ha calificado como
“equilibrio reflexivo”, es decir, un estado que el
sujeto puede alcanzar si se propone la búsqueda de
coherencia entre sus valores, transitando para ello de la
consideración de casos concretos a posiciones generales y
viceversa. Esta definición del propósito de la
educación moral es sin duda un aporte fundamental del
presente trabajo.
Haydon se refiere también a la importancia
del conocimiento y la comprensión como vías hacia una
mayor tolerancia y capacidad de participación cívica en
un sociedad plural. Estas capacidades cognitivas tienen en la
educación formal una vía altamente adecuada para su
desarrollo. Finalmente, aboga el autor por la necesidad de que la
educación promueva en el aula discusiones que vayan más
allá del intercambio de puntos de vista. Es preciso que
estos estén apoyados en razones que los demás
podrán rebatir en el transcurso del debate. En el fondo, el
objetivo de la discusión no es el logro de la superioridad
de algún modo de ver las cosas, sino la elaboración de
una concepción que esté más de acuerdo con la
verdad. Todo ello deberá hacerse en el marco de reglas de
debate en cuya fijación tenga el alumno plena
participación. Haydon sugiere en este capítulo sus
ideas para el desarrollo de la moralidad, ideas que se centran en
una calificación más detallada y ampliada de las formas
de discusión en su momento propuestas por Kohlberg y sus
seguidores. Aún puede plantearse aquí la pregunta de si
estas estrategias de enseñanza que constituyen sin duda un
aporte invalorable para el logro de los objetivos del desarrollo
moral, son también suficientes para su obtención.
¿No sería importante fortalecer los aspectos cognitivos
de la moralidad destacados por Haydon, con el establecimiento de
una cultura moral que implique a todas las esferas de actividad
de la institución y en especial, con una apertura a la
acción – acción de aporte a los demás o de
toma de responsabilidad por su desarrollo - a nivel de la
escuela, la sociedad en general o el mundo natural?.
El libro termina en una sexta parte dedicada a la
formación de docentes capaces de asumir el rol de promotores
del desarrollo moral del alumnado. Haydon destaca la importancia
del estudio de la filosofía como disciplina capaz de
fomentar las aptitudes de pensamiento que hagan posible arribar a
una comprensión de los fundamentos de la moralidad y a un
análisis crítico de las formas de educación
utilizadas. Asimismo, él ve la necesidad de que el docente
participe en el tipo de actividades, discusiones y diálogos
cuya promoción debiera proponerse en los marcos de
enseñanza en que se desempeñe.
En resumen, Haydon nos ofrece una obra capaz de
potencializar el trabajo de la educación en valores en
general y de la educación moral en particular. Ello se hace
desde un enfoque que ilumina las raíces, pero también
la proyección de estos valores a través de un
análisis multidimensional escasamente utilizado en la
literatura profesional. El autor estudia la significación de
los valores fundamentales de la educación en una sociedad
multicultural y multiconfesional. A ello se agrega un
análisis crítico de las estrategias de enseñanza
aceptables para una sociedad liberal, para una escuela que se
propone evitar toda forma de adoctrinamiento. Es así que su
trabajo, que se concentra más en el desarrollo de las
dimensiones intelectuales de la moralidad que en las formas de
una actividad social moralmente significativa, constituye un
fundamento altamente recomendable tanto para el docente en
formación en cualesquiera de las materias de enseñanza,
como para el trabajo profesional del educador. Todo ello se
realiza a través de una exposición fluida, ágil en
sus referencias a la realidad y casi coloquial en su estilo, sin
que esto afecte la minuciosidad del análisis de los temas
elegidos y la aguda y bien fundamentada crítica. Si bien la
realidad que tiene en vista el autor es la de la Inglaterra de
hoy y de allí se extraen los ejemplos que presenta y hasta
son elegidos muchos de los temas de profundización, sus
conclusiones no pierden vigencia alguna para la mayoría de
los países desarrollados y son en su mayor parte de
indiscutible relieve para los educadores de aquellos que se
hallan en etapas de desarrollo.
(Note)
La traducción hoy común del término inglés
"care” en el sentido aquí utilizado es
“cuidado” y no “atención” como ha
preferido el traductor.
Sobre el autor del libro
Graham Haydon (MA, BPhil, PhD) es
Profesor de Filosofía de la Educación en
el Instituto de Educación de la Universidad
de Londres.
Ha publicado libros en el terreno de la
educación en valores tales como Educación Moral (2002)
y Valores, Virtudes y Violencia: la Educación y la
Concepción que el Público tiene de la Moral (1999),
ambos publicados en inglés.
Acerca del autor de la reseña
Raúl Weis (MA) es
Profesor de Teoría y Filosofía de la Educación y
de Educación en Valores en el Instituto de Estudios
Avanzados del Colegio de Educación de los Kibbutzim en
Israel.
Es director del equipo redactor del libro
El Desarrollo de una Cultura del Cuidado (2002),
publicado en hebreo.
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