miércoles, 16 de abril de 2025

Haydon, Graham. (2003). Enseñar valores: Un nuevo enfoque. Reseñado por Raúl Weis, Colegio de Educación de los Kibbutzim, Israel

Reseñas Educativas/Education Review

 

Haydon, Graham. (2003). Enseñar valores: Un nuevo enfoque. Madrid: Ediciones Morata.

222 pp.
ISBN: 84-7112-485-8

Reseñado por Raúl Weis
Instituto de Estudios Avanzados
Colegio de Educación de los Kibbutzim, Israel

Diciembre 4, 2004

Resumen
Haydon nos ofrece una obra capaz de potencializar el trabajo de la educación en valores en general y de la educación moral en particular. Esto se hace desde un enfoque multidimensional que ilumina las raíces y las proyecciones de estos valores en la sociedad multicultural y se concentra en el desarrollo del diálogo y de los aspectos intelectuales de la moralidad. Todo ello a través de una exposición fluida, ágil en sus referencias a la realidad y casi coloquial en su estilo, pero que no descuida la minuciosidad del análisis y la crítica bien fundamentada. Es éste un libro altamente recomendable tanto para el docente en formación en cualquiera de las materias de enseñanza, como para el trabajo profesional del educador.

Abstract
Haydon’s book presents a study able to potentiate educator’s work in values education in general and especially in the field of morality. This is done through a multidimensional approach that illuminates the implications of values in a multicultural and multi-confessional society and is centered on the development of dialogue and the intellectual aspects of morality. The ideas are presented through a fluid exposition, agile in its references to reality and almost colloquial in its style, but always careful about the thoroughness of the analysis and the solidly based criticism. This is a book to be highly recommended both for student-teachers and for educators in the field.

Educación en valores en una sociedad multicultural

Toda educación es un quehacer que se desenvuelve en el terreno de lo ético. Esto, que ya ha sido ampliamente mostrado es así, aún cuando el educador no se proponga acometer objetivo moral alguno. La estructura de la institución, su concepción organizativa, el modo en que el docente se relaciona con los alumnos, las estrategias de enseñanza y los métodos de evaluación adoptados, todos ellos expresan una visión del mundo axiológicamente cargada que, en tanto construidas como relación de poder, no podrán dejar de imprimir su huella en la moralidad del educando.

De ahí que aún para quienes hoy ven en la educación una actividad técnica y especializada y por supuesto, para aquellos otros concientes (o que procuran serlo) de la medida en que los valores - y los valores morales en especial -, diseñan el carácter de la labor de clase, un análisis de la significación y fundamentos de estos valores y de los modos en que estos pueden ser concientizados y evaluados, adquieren una importancia fundamental. En este sentido, el libro de Graham Haydon constituye un aporte invalorable.

En su primera parte el libro expone algunos de los valores de la educación generalmente considerados básicos, tales como la independencia de pensamiento o la necesidad de autocontrol, y hace referencia a la supuesta misión de los maestros de mantenerlos y transmitirlos. Haydon subraya la escasa preparación del educador para desempeñarse en este terreno y hasta el rechazo - común en los más jóvenes- a aceptar una misión que trascienda los límites de la transmisión del saber de su especialidad. Pero sobre todo, destaca el autor la dificultad de ponerse de acuerdo sobre una serie de valores cuyo sentido no está claramente definido y que muchas veces se contradicen entre sí. Un ejemplo de ellos sería el que defiende la elección autónoma de valores por parte del alumno, contradicho cada vez que el maestro se ve en la necesidad de impedir, por ejemplo, expresiones de racismo o violencia en el marco de la institución educativa.

Otros valores consagrados por la escuela tradicional se analizan señalando los posibles dilemas que su aplicación puede implicar, (como cuando aquél a quien se promete “lealtad” incurre en acciones inaceptables; o cuando se subraya el “respeto a la adecuada autoridad” y, contrariando el valor de autonomía, se exige al mismo tiempo una aceptación casi incondicional de la autoridad del docente). Haydon destaca también la necesaria – y por lo general poco implementada -proyección de los valores en los programas de estudios, como la necesidad de abocarse a una “educación por la paz”, en tanto marco apropiado para el eficaz tratamiento del problema de la violencia en las instituciones educativas.

Como toda educación parece plantearse el propósito de lograr la aceptación de algunos valores fundamentales por parte del alumno, Haydon se plantea la necesidad de sugerir, aunque sea someramente (volverá a ello con más detalle en el capítulo XI), la respuesta a algunas de las preguntas que es preciso formular en el proceso de elección de objetivos de la educación . Ejemplos de estas preguntas serían: ¿En que medida el objetivo beneficia a una mayoría de la población?; ¿Es éste un objetivo justificado en razón de su importancia fundamental para la educación o por consideraciones de otra naturaleza?; ¿No se ve menoscabado valor moral alguno durante el proceso que conduce al objetivo?. Los interrogantes propuestos son indudablemente importantes para la elección de los objetivos educativos. Sin embargo, en una obra que trata de los aspectos básicos de la educación, sería necesario formular preguntas de carácter más fundamental: ¿ Constituye la determinación de objetivos un “sine qua non” de la educación?; ¿Acaso puede plantearse la posibilidad de una educación que no se edifica sobre objetivos (entendido el término en su común acepción de deseable estado final y no como una intencionalidad o dirección del propósito educativo), objetivos renovados en cada momento y basados en una interacción dialógica con el educando?; ¿ No provocamos una devaluación del carácter interactivo de la educación, del respeto por individualidades en crecimiento, cuando nos abocamos a promover objetivos previamente determinados, aún en el supuesto – no muy real en nuestros sistemas de educación-, de que en esta determinación ha habido lugar para una activa participación del alumno?

La segunda parte ofrece una caracterización, excelente por su claridad, de los valores en general y de los valores morales en particular. Se analiza el significado y proyecciones del posible carácter universal, objetivo y absoluto de estos últimos. Esto le sirve a Haydon para transitar cómodamente hacia el estudio de los conflictos – sus raíces y su posible evitación –, presentándose éstos desde el ángulo particular de la confrontación de valores. He aquí un tema de importancia crítica en sociedades cultural, confesional o étnicamente plurales. El autor seguirá refiriéndose a ellas a lo largo del libro y ello explica que en el Capítulo V sean los valores de tolerancia y compromiso los elegidos como ejemplos para un análisis más profundo y tal que permite un primer atisbo a la filosofía moral de Kant y al utilitarismo. Haydon aprovecha para ahondar aquí en los posibles modos de encarar situaciones conflictivas típicas de las sociedades multiculturales de la Europa de hoy y en especial, aquellas en que se ve involucrada la religión.

Es en la tercera parte del libro que el autor se aboca de lleno al tema de la moralidad y sus posibles motivaciones. ¿Cuál es su origen?; ¿qué es lo que nos lleva a seguir sus preceptos?; ¿sería posible la vida social sin ellos?, son algunas de las interrogantes que formula. Haydon llega incluso a plantear el escaso valor de una educación moral tan proclive a conducir a la rigidez, el fanatismo, la potenciación de los sentimientos de culpa o el enculpamiento de otros vistos como moralmente imperfectos. ¿Acaso no sería mejor dedicarnos a educar a la juventud hacia el altruismo?, pregunta Haydon, sustentado por John White. Es aquí que el autor profundiza en uno de los debates fundamentales del pensamiento moderno respecto a la educación moral: el mantenido entre los enfoques que propugnan el logro de la justicia por medio de la aplicación de principios morales universales y aquellos fundados en una actitud de cuidado por el otro (Note) . En otras palabras, enfrentado a un dilema moral podría uno hacerse una de estas dos preguntas: ¿Cuál es - si me atengo a un principio universal de justicia - la acción correcta a emprender en este caso? o, consciente de mi responsabilidad para con el otro, ¿cómo puedo determinar, en interrelación con él, la forma más adecuada de actuar? Estas dos interrogantes representan dos de las posiciones clásicas de la educación moral moderna: la que se deriva de los estudios de Kohlberg sobre el desarrollo del juicio moral y la de Gilligan y sus seguidoras, quienes critican estos resultados exponiendo un modo alternativo y fundado en una visión feminista de enfrentarse a la problemática moral.

Haydon trata de mostrar como, a pesar de su atractivo, una posición de cuidado para con el otro deberá estar complementada – o limitada – por una visión más despegada y objetiva de la situación a la que nos enfrentamos, si es que nos proponemos evitar perjuicio o desatención a terceros. De hecho, en el capítulo XII, se decide el autor claramente por la necesidad de fundamentar la moralidad en consideraciones que responden a ambas posiciones. Puede aquí recordarse - como lo han indicado Noddings y sus seguidores – de qué modo, cuando se debilita u obstruye nuestra natural disposición a actuar por el otro (disposición que se encuentra en la base de toda actitud de cuidado), es siempre posible recurrir a nuestro deseo de proceder de acuerdo a un ideal del yo que hemos elaborado en base a experiencias de cuidado que otros nos han prodigado o a actitudes de cuidado que hemos consagrado a los demás. Ambas experiencias seguramente nos han provocado satisfacción, y la evocación de este sentimiento y nuestro deseo de mantener nuestro ideal del yo acuden en nuestra ayuda cuando sentimos indiferencia, o incluso rechazo, a actuar por el otro. Haydon señalaría posiblemente que este ideal del yo no está lejos de constituir nuevamente una idea reguladora similar al principio de justicia. Y sin embargo, los orígenes de esta idea no se hallan en alguna elaboración mental fundada solamente en el trabajo de la razón, sino, justamente, en experiencias de cuidado que he recibido o prodigado. De esto se desprenden obviamente conclusiones de fundamental importancia para la educación.

Los dos últimos capítulos de esta parte debaten otras facetas de la moralidad. El autor destaca en ellos el valor del lenguaje como sustento de aspectos fundamentales de la moral (“nadie podría experimentar una sensación de obligación moral sin tener un concepto de obligación, y esto supone conocer la palabra…”, p. 105). De ello deduce Haydon la importancia de la educación formal como una de las vías conducentes a la preservación de la moralidad. El autor reconoce asimismo la importancia de que la sociedad se conduzca de acuerdo a ciertos requisitos morales generales. De esto parecería deducirse que algún modo de imposición de valores estaría implícito en los procesos formativos que conducen a aquel acuerdo. Haydon no es ajeno al peligro de control social implícito en una imposición de este tipo y se apresura a señalar que no sólo no deben los requisitos morales ser impuestos desde fuera, sino que tampoco lo pueden ser. Es preciso que ellos sean reconocidos por medio de un proceso reflexivo: la autonomía del individuo es el fundamento de la construcción de su moralidad.

Pero debe señalarse que autonomía no implica que todo valga. Así como en el estudio de las matemáticas es importante que el educando llegue por si mísmo a determinados resultados, no se deduce de ello que no haya resultados “objetivamente” correctos a los que él debiera arribar. He puesto objetivamente entre comillas, ya que es posible considerar a las matemáticas como construcción social y por lo tanto, pasible de fundarse sobre verdades diversas y no siempre compatibles. Pero aún si esto se acepta, no se puede sacar de ello la conclusión de que en las matemáticas “todo vale”. Quizás, siguiendo a Martín Buber, puede afirmarse que los valores tienen un carácter absoluto, si bien cada uno deberá descubrirlos por sí mismo.

La Tercera Parte se cierra con el capítulo VÍ, dedicado a un análisis de las relaciones de la moral con la espiritualidad y la religión. Ello se ubica en el marco de la búsqueda que emprende el autor hacia la posibilidad de atribuir un sentido a la moralidad. Son de sumo interés – sobre todo para docentes religiosos – las posibilidades que han abierto pensadores creyentes que han querido ver en la experiencia religiosa una proyección de preocupaciones básicas del hombre, afirmándose esto sin renunciar a convicciones fundamentales respecto a la verdad literal de su credo y a su fuerza fundacional para la moral.

En las tres últimas partes entra el autor de lleno en el terreno de la educación en valores. Haydon hace referencia al hecho de que todo docente debe en algunas ocasiones enfrentarse a problemáticas que trascienden el marco de su materia. Esto es lo que ocurre con temas transversales como aquellos que se refieren a la educación ambiental, la educación cívica, etc. Más aún, como hemos señalado al principio de esta reseña las propias formas de enseñanza de la materia – de cualquier materia – contienen mensajes de valor cuya concientización y discusión en el marco del aula constituyen un objetivo importante para un docente dedicado a la promoción del autónomo desarrollo del alumno. Es más: la mayoría de las materias de estudio contienen aspectos de proyección social o ambiental que evocan valores cuyo tratamiento la escuela considera de relevancia. Incluso la misma clase de matemáticas constituye el entorno más adecuado para considerar aspectos ético-sociales implícitos en el planteamiento de problemas referidos, pongamos por ejemplo, al mundo del comercio. Renunciar a ello puede sin duda llevar a una transmisión acrítica de mensajes, por ejemplo, de una índole tal que haga aparecer como adecuadas y hasta necesarias determinadas prácticas sociales o económicas que, obviamente, son sólo expresión de la ideología reinante.

El capítulo IX, analiza de un modo ejemplar las posibles formas de encarar temas que se hallan al orden del día de la educación de países como Inglaterra: el aborto, los derechos del animal, la conservación del ambiente natural. Los conflictos que estos asuntos son capaces de despertar llevan a Haydon a considerar el tema de la violencia, no para detenerse en el detalle de proposiciones para el diario quehacer de la escuela, sino a efectos de analizar cuidadosamente la lógica que sustenta su uso en el marco de la discusión de temas tales como, por ejemplo, los señalados en el párrafo anterior. El autor hace esto sin caer en generalizaciones incapaces de sostenerse ante conflictos reales, aunque tiene aquí una oportunidad para aplicar los pensamientos sobre la tolerancia y el compromiso que expusiera en la segunda parte del libro. El enfoque es más teórico. Ve con claridad que si bien la violencia puede acarrear una limitación de la autonomía y el uso de la razón, es posible hallarle justificación en aquellos casos en que los argumentos racionales se han vuelto inútiles y nuestra preocupación está dirigida a la defensa de otros.

El capítulo estudia asimismo un tema recurrente en la educación en valores: la neutralidad de la institución educativa. Posiblemente, señala Haydon, no habrá amplia discusión respecto a valores aceptados en la educación tales como la independencia de pensamiento y la racionalidad. Pero ¿de qué modo encarar, por ejemplo, un tema como los derechos del animal o el aborto? El autor expone las posibilidades que se abren ante el educador para mantener un adecuado nivel de neutralidad respecto a valores que como los indicados, se hallan en debate en la sociedad. La promoción del diálogo, la aceptación de la crítica y una visión abierta de los claroscuros de la propia posición, se nos ofrecen como estrategias recomendadas.

Ahora bien: el nivel de neutralidad a que el educador es capaz de llegar, puede a los sumo ser definido como “adecuado”. Es imposible pedir completa neutralidad cuando él sustenta una posición definida respecto a lo que se está tratando. Aún cuando se lo proponga (y lo considere educativamente justificado), no podrá aparentar neutralidad. Su expresión facial, el tono de su voz, su actitud ante la exposición de posiciones opuestas a la suya, todo ello no puede menos que revelar su pensamiento. Más aún, hay riesgo de que el mensaje que transmite el educador al exhibir neutralidad sea entendido por el alumno como un visto bueno a la no adopción de posiciones ante temas que están en debate, mensaje éste sin duda opuesto al que la educación – por lo general - debiera defender. De modo que la alternativa que se abre ante el educador no puede ser sino la de adoptar una neutralidad elaborada a otro nivel y fundada en estrategias del tipo de aquellas expuestas por Haydon . Es así que puede pensarse en una actitud que no rehuye a expresar posiciones personales – en tanto posiciones personales y no “verdades” indiscutibles – pero que a la vez expone de un modo honesto ante los alumnos la gama de opiniones existentes, incluidas, por supuesto, las opuestas.

El autor continúa en el capítulo XI con el tratamiento del tema de la educación moral entendida como una transmisión de valores o como un proceso que promueve el cultivo de las virtudes y esto, más allá del de una educación que se propone únicamente el desarrollo del pensamiento moral del alumno. La educación en el marco de una sociedad fundada en el liberalismo debe promover los valores necesarios para vivir en esta sociedad, pero ello sin proponerse un adoctrinamiento en la ideología liberal.

El estudio del desarrollo del pensamiento moral en tanto estrategia fundamental de educación en valores es encarado en el capítulo XII. El autor muestra como la actitud de “lassaiz faire” que se halla en la base de los métodos utilizados por esta estrategia, si bien evita un adoctrinamiento deliberado y reconoce la diversidad de valores, no ayuda al alumno a enfrentarse a posiciones que incluyen valores para él inaceptables. Sin embargo Haydon reconoce que – como lo destacan por ejemplo quienes han elaborado los métodos de “aclaración de valores” - la reflexión crítica de las posiciones personales es capaz de dificultar la aceptación de valores inadmisibles como, por ejemplo, el racismo. A una conclusión similar arribó Kohlberg respecto a sujetos que se hallan en el estadio 6 o estadio superior de juicio moral. El autor concluye con la idea de que la educación debería promover la capacidad de llegar a lo que Rawls ha calificado como “equilibrio reflexivo”, es decir, un estado que el sujeto puede alcanzar si se propone la búsqueda de coherencia entre sus valores, transitando para ello de la consideración de casos concretos a posiciones generales y viceversa. Esta definición del propósito de la educación moral es sin duda un aporte fundamental del presente trabajo.

Haydon se refiere también a la importancia del conocimiento y la comprensión como vías hacia una mayor tolerancia y capacidad de participación cívica en un sociedad plural. Estas capacidades cognitivas tienen en la educación formal una vía altamente adecuada para su desarrollo. Finalmente, aboga el autor por la necesidad de que la educación promueva en el aula discusiones que vayan más allá del intercambio de puntos de vista. Es preciso que estos estén apoyados en razones que los demás podrán rebatir en el transcurso del debate. En el fondo, el objetivo de la discusión no es el logro de la superioridad de algún modo de ver las cosas, sino la elaboración de una concepción que esté más de acuerdo con la verdad. Todo ello deberá hacerse en el marco de reglas de debate en cuya fijación tenga el alumno plena participación. Haydon sugiere en este capítulo sus ideas para el desarrollo de la moralidad, ideas que se centran en una calificación más detallada y ampliada de las formas de discusión en su momento propuestas por Kohlberg y sus seguidores. Aún puede plantearse aquí la pregunta de si estas estrategias de enseñanza que constituyen sin duda un aporte invalorable para el logro de los objetivos del desarrollo moral, son también suficientes para su obtención. ¿No sería importante fortalecer los aspectos cognitivos de la moralidad destacados por Haydon, con el establecimiento de una cultura moral que implique a todas las esferas de actividad de la institución y en especial, con una apertura a la acción – acción de aporte a los demás o de toma de responsabilidad por su desarrollo - a nivel de la escuela, la sociedad en general o el mundo natural?.

El libro termina en una sexta parte dedicada a la formación de docentes capaces de asumir el rol de promotores del desarrollo moral del alumnado. Haydon destaca la importancia del estudio de la filosofía como disciplina capaz de fomentar las aptitudes de pensamiento que hagan posible arribar a una comprensión de los fundamentos de la moralidad y a un análisis crítico de las formas de educación utilizadas. Asimismo, él ve la necesidad de que el docente participe en el tipo de actividades, discusiones y diálogos cuya promoción debiera proponerse en los marcos de enseñanza en que se desempeñe.

En resumen, Haydon nos ofrece una obra capaz de potencializar el trabajo de la educación en valores en general y de la educación moral en particular. Ello se hace desde un enfoque que ilumina las raíces, pero también la proyección de estos valores a través de un análisis multidimensional escasamente utilizado en la literatura profesional. El autor estudia la significación de los valores fundamentales de la educación en una sociedad multicultural y multiconfesional. A ello se agrega un análisis crítico de las estrategias de enseñanza aceptables para una sociedad liberal, para una escuela que se propone evitar toda forma de adoctrinamiento. Es así que su trabajo, que se concentra más en el desarrollo de las dimensiones intelectuales de la moralidad que en las formas de una actividad social moralmente significativa, constituye un fundamento altamente recomendable tanto para el docente en formación en cualesquiera de las materias de enseñanza, como para el trabajo profesional del educador. Todo ello se realiza a través de una exposición fluida, ágil en sus referencias a la realidad y casi coloquial en su estilo, sin que esto afecte la minuciosidad del análisis de los temas elegidos y la aguda y bien fundamentada crítica. Si bien la realidad que tiene en vista el autor es la de la Inglaterra de hoy y de allí se extraen los ejemplos que presenta y hasta son elegidos muchos de los temas de profundización, sus conclusiones no pierden vigencia alguna para la mayoría de los países desarrollados y son en su mayor parte de indiscutible relieve para los educadores de aquellos que se hallan en etapas de desarrollo.

(Note) La traducción hoy común del término inglés "care” en el sentido aquí utilizado es “cuidado” y no “atención” como ha preferido el traductor.

Sobre el autor del libro

Graham Haydon (MA, BPhil, PhD) es Profesor de Filosofía de la Educación en el Instituto de Educación de la Universidad de Londres. Ha publicado libros en el terreno de la educación en valores tales como Educación Moral (2002) y Valores, Virtudes y Violencia: la Educación y la Concepción que el Público tiene de la Moral (1999), ambos publicados en inglés.

Acerca del autor de la reseña

Raúl Weis (MA) es Profesor de Teoría y Filosofía de la Educación y de Educación en Valores en el Instituto de Estudios Avanzados del Colegio de Educación de los Kibbutzim en Israel. Es director del equipo redactor del libro El Desarrollo de una Cultura del Cuidado (2002), publicado en hebreo.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario