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Gimeno, Sacristán José. (2003). El alumno como
invención. Barcelona: Ediciones Morata S. L.
255 pp
ISBN 84-7112-487-4
Reseñado por Jorge Ossa
Universidad de Antioquia
20 de Abril de 2004
Sin Preámbulos se sumerge el autor en este océano de
silencios sobre el que se tejen las redes de la “cultura
curricularizada”, para emerger después del largo viaje
con una síntesis en palabras de Comenio y de Vaneigen:
Para educar a la juventud se ha seguido,
generalmente, un método tan duro que las escuelas han sido
vulgarmente tenidas por terror de los muchachos y destrozo de los
ingenios, y la mayor parte de los discípulos, tomando
horror a las letras y a los libros, se han apresurado a acudir a
los talleres de los artesanos a tomar otro cualquier género
de vida. (Comenio, Didáctica Magna, 1986, pag.
84).
No queremos una escuela en la que se aprende a
sobrevivir desaprendiendo a vivir. (Pag. 11)
Que la infancia haya caído en la trampa de una
escuela que ha matado lo maravilloso en lugar de exaltarlo indica
suficientemente lo urgente que es para la enseñanza, sino
quiere hundirse aún más en la barbarie del hastío,
crear un mundo en el que esté permitido maravillarse.
(Vaneigem, 2001, pag. 13).
Y con esta síntesis llega también el autor a una
declaración largamente esperada por este lector a lo largo
de toda la obra: “Este no es un libro en el que pretendamos
recomendar qué hacer y cómo hacerlo para lograr que los
alumnos se maravillen en las aulas. Aunque el tema versa sobre el
sujeto paciente de la educación, en realidad es una
reflexión sobre lo que el adulto ha hecho del alumno en
tanto que menor. Lo que hemos querido aportar es una mirada sobre
cómo hemos construido la figura del aprendiz en las
instituciones escolares para comprender mejor los retos que
tenemos por delante. A fin de cuentas para que la situación
del alumno cambie hemos de cambiar nosotros previamente; para que
eso ocurra nuestros puntos de vista han de ser transformados. La
realidad es como es. Saber cómo y por qué ha sido
así puede darnos más libertad para imaginarla de otra
forma y, desde luego, hacerla distinta a como se nos
presenta…Para que eso ocurra, somos nosotros los que
tenemos que cambiar, pues somos los adultos quienes la mantenemos
y reproducimos.” Pag 223.
El autor realiza su odisea en dos largas jornadas (dos
partes): La primera, en el basto mundo de “El sujeto que
será escolarizado” y la segunda, en el igualmente
extenso universo de “El sujeto es escolarizado”.
Intentemos un recorrido abreviado por los principales puertos
recorridos por el autor; no sin antes advertir que semejante
propósito, aunque bien intencionado, no deja de ser un
despropósito; pues se trata de 250 páginas de letra
menuda y apretada y de denso pensamiento crítico. La
plataforma de lanzamiento es antropológica y, en verdad
resulta limpia la zambullida del explorador, pero no sin
esfuerzo, pues para ello debe propulsarse contracorriente
atravesando la densa atmósfera de la cotidianidad:
“Todo lo que nos es familiar tiende a ser apreciado como
natural; cuando eso ocurre le damos carta de naturaleza a lo que
nos rodea, a los contactos y relaciones que mantenemos con lo que
nos circunda como si su existencia fuera resultado de la
espontaneidad, como si siempre hubiera existido e inevitablemente
tuviera que existir”. Pag. 13. Así van emergiendo
oleajes de naturaleza y de cultura, de sociología y
política, de psicología y de pedagogía de historia
y devenir.
Son cinco los continentes visitados (cinco capítulos),
así: 1- El adulto construye al menor y al alumno, 2-
¿Cómo hemos creado al menor? Las imágenes de la
infancia, 3- Una larga, compleja y desigual historia de
relacionarse, de querer y enseñar al alumno, 4- Las
raíces escolares del orden escolar en el que adquiere
sentido ser alumno, 5- La educación y “la medida del
alumno” en las instituciones escolares hoy, o cómo
hacer compatibles el agrado, los afectos, el placer de aprender,
la formación y el progreso.
El autor aclara que este viaje no es inédito; es obvio
que existen “los alumno y alumnas como menores dentro de
las sociedades escolarizadas…” (pag. 14), pero es
que, agrega el autor, se trata de un tema importante y esta
cualidad es independiente de las modas; “Las ideas
importantes han de ser constantemente rememoradas, si bien
contextualizadas en el panorama del que las resucitemos, porque,
sencillamente, quienes las leen y escuchan son distintos”.
(Pag. 14). Adicionalmente no se tiene una imagen completa del
alumno como ‘objeto’ de estudio pues éste
“…se ha repartido entre diversas disciplinas
científicas (antropología, psicología,
sociología, medicina…) incapaces de poner en
relación sus respectivos discursos y aportaciones”.
(Pag. 17)
En este momento es oportuno reflexionar sobre una
característica, quizás, para este lector, la más
importante de la obra, y es el tratamiento multitransdisciplinar
de la temática y por tanto el acercamiento permanente al
pensamiento complejo, como resaltaremos más adelante.
Continuemos nuestro viaje. Un hito de gran profundidad es el
concepto de ‘todo niño como alumno’ y la no
correspondencia con ‘todo adulto como profesor’. El
autor parece aceptar que efectivamente no todos los adultos son
profesores; pero en este presente de postmodernidad donde las
grandes definiciones se han fragmentado, no es difícil
comprender que en la práctica cotidiana todo adulto es,
activa o pasivamente, un maestro para el otro, sea un niño u
otro adulto. Es imposible renunciar a la influencia del otro!
Queda pues, a este respecto, un campo muy amplio para
revisitar.
Nos describe el viajero el panorama de abandono del estudio
del ‘beneficiado o sufridor de la educación’
(Pag. 18) y de cómo los medios, la planificación y las
pretensiones científicas ocupan un lugar mayor en la
preocupación pedagógica; en fin, se han vuelto más
importantes la enseñanza, la eficacia, el currículo, la
acomodación al sistema productivo que el aprendizaje; y en
general, “Preocupa el fracaso escolar, pero no tanto los
fracasados.” (Pag. 18).
En esta primera jornada se reconstruye
epistemológicamente el concepto que tenemos los adultos del
alumno, empezando por la experiencia vital de cada uno: así
fuimos tratados y todo parece natural, y por tanto,
inmodificable. Se discuten los límites imprecisos del
concepto de ‘menor’ y se concluye que “No hay
infancia, sino sujetos que la experimentan en unas coordinadas y
circunstancias que difieren para cada uno de ellos y para cada
grupo social” (pag. 26). En fin, “Los menores son
para nosotros, además de semejantes a los que concebimos de
una manera determinada, alguien sobre el que proyectamos nuestros
ideales, al que convertimos en objeto de nuestros deseos y de
nuestras frustraciones, de nuestros juicios y prejuicios”
(pag. 28).
En el segundo capítulo el autor continúa con la
construcción epistemológica del niño y se detiene
en el factor ‘espacio/tiempo’ para indicar cómo,
de alguna manera, estas variables nos atrapan: pertenecemos a un
espacio y a un tiempo, y este último, en particular, tiene
que ver con la diferenciación entre mayores y menores.
Así creamos los imaginarios que a la vez se constituyen en
“…lente a través de la que concedemos un valor a
lo que son y representan los niños” (pag 31). En
cuanto a la construcción del alumno, el autor presenta dos
miradas; la del ambientalismo a la que contribuyó Russeau
con su Emilio, y el iluminismo, en general, que ve al niño
como cera moldeable y que ha dado lugar al ‘optimismo
pedagógico’; pero esta mirada conlleva la premisa de
que se trata de un ser ‘débil e incompleto’. La
otra mirada es la del determinismo que considera que la
construcción del sujeto está prefigurada. Ahora la
psicología moderna pregona “que el ser humano, al
tiempo que madura biológicamente desde el punto de vista del
cerebro, madura culturalmente y gracias a la cultura” (Pag.
37). Pero Gimeno Sacristán señala una gran debilidad en
el ambientalismo progresista y es el hecho de que se tiende
“más a clasificar a los que son desiguales, en vez de
combatir las causas de la desigualdad” (Pag.38).
La complejidad del asunto aparece de nuevo cuando el autor
cita a Elías (2000) para indicar que en la construcción
social del ser humano se presenta una doble vía: “La
asimilación adaptativa (que expresa el triunfo del
ambiente), pero también la idiosincrásica (que revela
la expresión de la individualidad). Al hablar de las
relaciones sujeto y medio siempre estaremos ante un proceso de
hetero y autodeterminación. Si se acepta el determinismo
ambientalista se niega la libertad y el carácter moral del
ser humano, negando también la educación.”
(Pag.44). Aquí el autor se apoya en Ferry y Vincent, 2002.
Así, el autor concluye que en la relación de fuerzas
entre determinismo y ambientalismo (en un eje) y hetero y
autodeterminación (en el otro) se pueden inscribir todos los
modelos de la educación, desde los ilustrados impositivos
hasta los lesseferistas, y desde los propositivos con
implicación del sujeto hasta los potencialmente regresivos,
con todas las mezclas posibles, pues “los modelos puros
sólo existen en el pensamiento” (pag. 47, y ver
Gráfica en pag. 45).
Gimeno sacristán pasa revista a las posiciones
evolucionistas inexorables de Piaget y las confronta con la
posición dialéctica de Vigotsky. La psicología, o
mejor algunos psicólogos – corrige el autor –
quedan mal librados en este tratado, pues se critican las
posiciones científicas más que idelológicas;
así: “En nuestro contexto se pueden escuchar con
frecuencia, sin que se sonrojen quienes eso afirman, que una de
las fuentes de las que emana el currículo deseable es el
conocimiento psicológico.” (pag. 56).
Las relaciones entre adultos y menores, como todo proceso
histórico, cambian aceleradamente . Desde la década de
los sesentas se habla con insistencia de un “cambio radical
en los niños, adolescentes, y jóvenes…” y
“…curiosamente, el fenómeno coincide con la
aparición de la denominada crisis de la
educación.” (pag. 61): el valor de la edad adulta
se ha relativizado, los adultos recuperan su capacidad de
disfrutar con los niños la vida hogareña, ambos
participan en procesos de aprendizaje y, cuando se trata de
nuevas tecnologías, los adultos aprenden de los niños;
parece pues que “…la oposición entre el menor y
el adulto no es tan nítida” (pag. 64). De la misma
manera el mundo del trabajo, incierto como es hoy, tampoco
representa una demarcación clara; es paradójico, pero
parece que hacerse mayor puede conducir a la pérdida de
privilegios.
Adicionalmente, las familias se han achicado y así el
contacto entre padres e hijos puede ser más denso, y los
hijos pueden permanecer más tiempo en casa, antes de su
independencia económica. También se incrementan los
hijos monoparentales y los hijos de parejas que se hacen y se
deshacen con facilidad. “estas nuevas condiciones obligan a
repensar los ambientes escolares…” (pag. 70).
En resumen: “La visión psicológica dominante
ha tratado de hacernos ver el desarrollo humano como un proceso
natural, cuando, como señala Jenks (1989), se trata de una
construcción social que le da sentido a la percepción
del cambio que observamos en los individuos jóvenes.”
(pag. 76). A continuación el autor avanza con un bello
resumen sobre el cuerpo, el biologismo y el tiempo, para indicar
que la niñez ha sido asociada con un estado de carencias y
que estas variables tienen gran importancia en la
construcción que hacemos del menor y del alumno. Así, a
los cambios del sujeto “…desde la racionalidad
moderna, le hemos querido dar un orden creyendo en la línea
del progreso…Pero, para el pensamiento postmoderno, la del
ser humano es una evolución de sujetos que son seres
sociales, que cambian como personas radicadas en contextos, de
suerte que el desarrollo lo es de variables no estrictamente
individuales, sino de papeles sociales, estatus jurídico,
desarrollo cultural y escolar, etcétera, en los cuales se
‘progresa’ y madura a ritmos
asincrónicos.” (pag. 92). Justamente por esto,
“…no hay una infancia homogénea, lo cual plantea
una dificultad objetiva en las escuelas, en tanto que reúne
a múltiples sujetos, cada uno singular.” (pag.
92).
Se deja, pues, en entredicho al determinismo biológico,
tanto como al determinismo cultural y hasta la misma, así
llamada, estimulación precoz se relativiza, pues propone
Gimeno Sacristán que la bondad de “…los entornos
enriquecidos, es algo que puede generalizarse a toda la vida y no
sólo a los primeros años.” (pag. 96).
Con esta primera etapa del viaje, a modo de introducción,
nos lleva el autor a la segunda parte: El sujeto es
escolarizado. Discurre, para empezar, sobre el origen del
concepto de alumno, más asociado, en la edad media, al
universitario: alumno o pupilo es quien sigue las huellas de un
maestro. Luego, en el siglo XX el término se generalizó
a todos los menores. Fue la industrialización la que
liberó a algunos niños del trabajo y por tanto la ideal
del ‘sujeto escolar’ adquirió más
relevancia; pero, “…a los menores de las clases
más bajas se los escolarizó en un principio más
por razones morales y de control que de otro orden.” (pag.
121). También en este periodo aparece un nuevo hito en la
discriminación a la mujer, pues, aún ahora en el siglo
XXI no hemos sido capaces de alcanzar un equilibrio de
género en la alfabetización.
El niño y la familia es otro tema que, con lupa, examina
este autor; de cómo los hijos se van convirtiendo en seres
amados a partir de la edad media y cómo las familias
burguesas establecen una barrera social para crear nichos para la
socialización de sus hijos, mientras que los hijos de las
clases populares tienen su referente en la calle, en el exterior.
En fin, los hijos de las familias más privilegiadas
económicamente”…pasan a ser valorados más
que por su utilidad económicas a serlo por motivaciones
emocionales, en función del beneficio
psicológico…” (pag. 137); de esta manera el
ambiente familiar se ‘ablanda’ en el hogar y se
empieza a pedir un trato similar en la escuela, por encima de
pedagogías impositivas. Sin embargo, sentencia el autor,
“El nido de algodón puede transformarse en la jaula de
la que podría ser difícil salir y volar.” (pag.
142).
La madre, desde el imperio romano, había asumido el papel
aculturador por excelencia, en una especie de
“…eugenesia psicológica para mejorar la
especie.” (pag 143). Así, la madre queda más
unida a la vida hogareña y su comportamiento se hace objeto
de “…la vigilancia de la sociedad y sometimiento al
discurso de la ciencia.” (Pag. 143). “…el padre
es la autoridad, la madre el regazo de los afectos.” (pag.
143).
Igualmente, la tarea de enseñar sufre unos cambios
mayores: el ambiente escolar suple al hogar y el maestro se
convierte en una mezcla de papá y mamá. A principios
del siglo XX se femeniniza el profesorado y esto afianza
“…el estilo maternal ‘más blando’ en
la enseñanza. (pag. 153). Cambia el ambiente familiar, y el
concepto del menor, el educador, la escuela, la sociedad; y
finalmente “…el Estado, no sin resistencia de la
Iglesia, se toma el poder sobre la educación para convertir
al alumno en un ser que antes era “…fiel a un sistema
de vida y de creencias a ser considerado como potencial ciudadano
en el que asentar la adhesión requerida por la vida en
sociedad.” (pag. 183).
Más allá de las pedagogías clásicas
caracterizadas por la oralidad unidireccional con una escasa
variedad de relatos, prácticas de lectura muy delimitadas de
un número reducido de textos y “…un uso limitado
de la escritura, más centrado en la copia que en la
expresión personal.” (pag. 200), la modernidad
“…posibilitó al estudiante el ejercicio de
hablar, leer y escribir con más autonomía y libertad
.” (pag. 200); hay lugar para el diálogo, la
crítica y para el pensamiento. Las pedagogías
postmodernas, por su parte, dan más peso a la experiencia
directa que al verbalismo y propicia climas tolerantes para la
iniciativa y la autonomía.
El capítulo V es el último viaje. Después de
una descripción tan amplia y profunda, y del
diagnóstico a que cada lector necesariamente ha tenido que
llegar, esta última jornada era más que esperada y de
verdad que cumple con las más ambiciosas expectativas. Se
trata de la parte propositiva de la obra. Pero bien vale la pena
que leamos el siguiente párrafo que considero un buen
resumen introductorio a la fase final:
La institucionalización de la educación
escolarizada pudo, con seguridad haber sido de otra manera, y hoy
dispondríamos de una figura distinta del menor modelado como
alumno por el orden escolar que pudo haberse fraguado. Sus usos,
reglas y costumbres pudieron y pueden ser otras; podemos
imaginar, por tanto, otra forma de ser morador en las escuelas si
diseñamos otro tipo de ‘vivienda’, si buscamos
nuevos entornos de aprendizaje que proporcionen experiencias
diferentes, con unas nuevas relaciones con el mundo adulto y con
la sociedad en general y la cultura. Buscar ese nuevo orden
escolar es necesario, dadas las condiciones de la nueva sociedad.
Pero no podemos enfrentarnos a dicho reto sin el tacto que
demanda la experiencia histórica. De ella podemos extraer el
principio de que la morada escolar construida es resistente y
bastante universal porque aúna una serie de rasgos que
responden a elementales necesidades sociales y a unas
características estructurales a las que resulta difícil
encontrar alternativa.” (Pag. 221).
El maravillamiento, como lo pide Veneigem: “…crear
un mundo en el que esté permitido maravillarse”
(Vaneigem, 2001, pag. 222), es el punto de partida en este
último viaje de Gimeno Sacristán. Aquí
necesariamente cruzan por la mente de este lector las
enseñanzas de Edgar Morin en Los siete saberes para la
educación del futuro, y en general en su obra sobre el
método de la complejidad; dice este último autor que
para cambiar la eduación es necesario cambiar la cultura y
viceversa y agrega que la emotividad como base del conocimiento
tiene que estar en pie de igualdad con la racionalidad.
Igualmente nos cruza la imagen del Maestro ignorante de
Rancière, que nos ilustra sobre la diferencia entre el
“explicador y el maestro” y entre el
“atontamiento y la emancipación” y sobre todo
nos presenta el concepto de la ignorancia como el gran
“vínculo intelectual igualitario”. Rnaciere
sentencia que quien enseña sin emancipar entonta y quien
emancipa no ha de preocuparse de lo que aprende el
emancipado.
Son muchas las dificultades que impiden concebir un cambio al
sistema escolar. “La discordia – sobre la
educación – llega hasta el desacuerdo en si existen de
verdad o no las dificultades” (pag. 224). Ante todo se
trata de “…resolver los problemas de las resistencias
que opone lo existente. Entre lo ‘existente’ estamos
nosotros mismos.” (pag 225). El autor denuncia
“…la falta de realismo de las expectativas que
ponemos sobre las instituciones escolares.” (pag. 225) y
cree que sobre la educación hemos creado una dosis exagerada
de mesianismo y positivismo que tienen una
‘pretendida’ base científica, desde la ciencias
de la educación, que una base de realidad. Y se pregunta el
autor: “¿por qué les preocupa tanto a los mayores
la sociedad del conocimiento fuera y a nadie le importa el
conocimiento que los estudiantes reciben dentro?” (pag
228).
Así las cosas, “…el curso de las reformas
educativas en el plano internacional lo marca la agenda
conservadora…” (pag 228) y la consecuencia inmediata
es la desregulación del sistema para ofrecerlo a las leyes
del mercado, pues responsabiliza “…directa o
subrepticiamente a la educación pública del deterioro
de la calidad, ocultando de esa forma la insolidaridad con los
más necesitados.” (pag. 229).
Y volviendo a la pedagogía y a la didáctica, el
autor expresa que “La esperanza de que el ser humano puede
ser educado se apoya en su indeterminación
antropológica, que le presta maleabilidad y provoca la
necesidad-posibilidad de ser condicionado desde el exterior; es
decir, se parte desde un ambientalismo no determinista.”
(pag. 235). Y, en este mismo sentido, Gimeno Sacristán nos
ofrece una reflexión-sugerencia que se ajusta precisamente a
los profesores universitarios que a diario lamentamos la pobre
preparación con que llegan los jóvenes del
bachillerato: “Es el punto de partida de cada alumno y
alumna lo que debe condicionar las estrategias institucionales y
las acciones de los profesores, no las metas finales que nosotros
les impongamos o las que los hábitos de la institución
escolar encubren en sus normas.” (pag 235).
Sobre la necesidad de fundamentar una cultura democrática
en la educación, el autor señala que “Los ideales
democráticos lo son también de la educación; los
rasgos del ciudadano que son valiosos en democracia coinciden con
las aspiraciones de libertad y autonomía que pretendemos
vayan alcanzando los menores en las prácticas educativas.
Las virtudes de la tolerancia, colaboración y solidaridad
son ideales de la democracia y de la educación…”
(pag. 236).
Este lector no tiene más que una experiencia larga de
profesor universitario en áreas biomédicas, para hacer
un juicio crítico de esta obra; pero apelo a la autoridad
que me da la condición de aprendiz, para declarar que he
aprendido mucho, aunque no sin dificultad pues la
argumentación densa y multidimensional (que habla de la
calidad y autoridad de José Gimeno Sacristán), sumada a
la presentación tipográfica apretada y poco amable con
el lector (asunto de Ediciones Morata, S.L.), me exigió
muchas más horas de dedicación con relación a lo
presupuestado. Pero debo agregar que definitivamente el
aprendizaje fue conmensurable con el esfuerzo. Para terminar,
quiero transcribir la nota optimista con que el mismo autor
concluye su texto: “¿Pueden ser nuestras escuelas de
otra manera a como los son? Si no pueden serlo, es que hemos
llegado al final de la historia de la creación humana y a la
más alta creación posible. Como eso no es
verosímil, si van a seguir siendo como son, es porque hemos
perdido la capacidad de imaginarlas de otra forma. A veces no hay
que imaginar siquiera para encontrar cómo cambiar. Basta
ojear la historia o, simplemente, mirar a nuestro
alrededor.” (pag. 247).
Referencias
Morin, E. (1999). Los siete saberes necesarios para la
educación del futuro. Paris: UNESCO.
Rancière, J. (2003). El maestro ignorante. Cuatro
lecciones sobre la emancipación intelectual. Barcelona: Ed.
Alertes.
Acerca del autor del libro José Gimeno
Sacristán Catedràtico de Didàctica y
Organización Escolar en la Universitad de Valencia es el
autor de numerososo libros y articulos.,
Acerca del autor de la reseña Jorge Ossa
Londoño es Médico Veterinario y PhD en
Microbiología; después de 30 años de estar
asociado a la docencia y a la investigación, en la
Universidad de Antioquia, en Medellín, Colombia,
recientemente optó por su jubilación para dedicarse
enteramente a la observación de lo social. Actualmente es
Director del fondo editorial Biogénesis, y Editor de
Uni-pluri/versidad, Revista dedicada en su totalidad a la
pregunta “Cómo hacemos lo que hacemos en
educación superior.
Reseñas Educativas/ Resenhas Educativas
publica reseñas de libros sobre educación, cubriendo
tanto trabajos académicos como practicas educativas.
Todas las informaciones son evaluadas por los editores:
Editor para Español y Portugués
Gustavo E. Fischman
Arizona State University
Editor General (inglés)
Gene V Glass
Arizona State University
Reseñas Educativas es firmante de la Budapest Open Access Initiative.
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